lunes, 4 de marzo de 2024

Amor entre verduras


Hay amores que nacen en el arrullo de un barco en alta mar, en la estrechez y el vértigo de una noria o en la oscuridad de un cine, y son intensos. Los amores que surgen en el supermercado son eternos.

Cuando iniciaron su relación guardaron el secreto de su amor, por miedo a las familias, a que no los comprendieran. Fueron semanas de susurros, de miradas fugaces. A él le encantaba la ligereza de su talle, su aroma embriagador. Ella soñaba con su apariencia robusta y firme, imperturbable.

Dormían abrazados a sus hermanos, pero soñaban con estar en los brazos del otro, en una intimidad cálida y reconfortante. Cuando las luces blancas iluminaban el nuevo día, se buscaban con ansiedad. Y se enviaban un beso furtivo, imperceptible para los demás.

Él era un puerro de buen tamaño, pálido por haber crecido enterrado. Esa experiencia le causó un trauma que perdura y lo hace sudar por la noche. Ella lo sabe y le susurra palabras suaves para que descanse. Están cerca, puerros y apios, hermanados en la sección de verduras del supermercado. Las traviesas zanahorias se burlan de su altura, envidiosas de su silueta longilínea.

El amor de un puerro y un apio es un amor imperturbable y perpetuo. Sólo los nabos pueden amar con tanta intensidad, aunque su timidez les obliga a domeñar su pasión. Los nabos comprenden a los amantes y les guardan el secreto de su ardor. El resto de las verduras no saben nada, ajenas a este universo de sentimientos eternos, tan antiguos como la tierra misma. Tan profundos como el mar.

El apio mira arrobada al puerro, y se inventa apodos para él. Tan alto, tan fuerte, pero dulce y amable al mismo tiempo. No sabe qué ha visto en ella, pero cuando siente que le observa mil calambres suben por sus hojas.

En el supermercado hay descuentos y promociones. Hay secciones y novedades. Y empleados de mantenimiento. Pero por encima de todo se percibe el calor suave y sutil del amor romántico, una energía que empuja galaxias e ilumina firmamentos.

Y prende luces de miradas entre las verduras. A diario.


Antonio Carrillo

viernes, 1 de marzo de 2024

Pidgin y puentes de palabras


En el transcurso de la historia, a menudo individuos sin una lengua en común se han visto en la obligación de convivir y comunicarse. En estos casos, en ocasiones se ha optado por inventar una lengua nueva, muy simple, que aúna los rasgos lexicales, fonéticos y morfológicos de dos o varias lenguas.

A este invento, fruto de la necesidad, lo denominamos pidgin.

Un desencadenante del pidgin puede ser el comercio. Los humanos, desde tiempos muy remotos, intercambiamos bienes, a veces con gentes lejanas que no hablan nuestro idioma. En estos casos se puede elegir unos sencillos códigos de conducta que posibiliten el intercambio. Cuando los fenicios comerciaban con las poblaciones del sur de España acordaron unas pautas durante la transacción que no implicaban un contacto directo. Los fenicios dejaban su mercancía en la playa y volvían a su barco. Después, los lugareños ponían a un lado una cantidad de plata, y también se marchaban. Los fenicios regresaban y, si estaban de acuerdo con la cantidad, se llevaban la plata. Si no, volvían al mar, hasta que la cantidad de plata ofertada se correspondiese al valor de la mercancía. En todo momento nadie tocaba los bienes, hasta que el intercambio finalizaba. Todo se basaba en la confianza mutua.

Es una manera muy simple y eficaz de hacer negocio, pero puede suceder que el trato precise de una comunicación más efectiva, o bien el contacto físico puede ser más cercano y habitual. En estos casos los negociadores necesitan de un idioma común, en el que puedan entenderse.

Una lengua que, como sucede con los pueblos nativos de las praderas de Norteamérica, puede no ser fonética. Los amerindios de las grandes llanuras se dividían en etnias con lenguas muy distintas. Para entenderse entre ellos y poder comerciar inventaron una lengua de signos que todos entendían.

Si hay una potencia dominante en la zona, se puede emplear su idioma como lengua de uso común. El griego clásico se expandió por el Mediterráneo gracias a las muchas colonias griegas, y posteriormente se propagó el latín. Hoy en día con el inglés puedes recorrer el mundo. Es bien sabido.

Pero a veces, como he dicho, se inventa una lengua nueva, un código simplificado que permite la comunicación efectiva. Un pidgin.

A finales de la Edad Media el comercio por el Mediterráneo volvió a florecer, con enclaves muy activos como Génova, Venecia, Constantinopla, Lisboa, Barcelona, Túnez o Mallorca. Los marineros de todas partes se encontraban en los puertos, intercambiaban información, relatos y mercancías. Y acabaron inventando un lenguaje propio, el idioma de las gentes de la mar. El sabir.

Daba igual de donde fueras; el sabir te permitía hablar a lo largo del Mediterráneo, con una mezcla de italiano, francés, español, árabe o portugués. El sabir o lingua franca se hablaba en Argelia, en Marsella o en Alejandría. Lo normal era que al encontrarse dos personas una preguntase “¿sabir…?”. Es decir, “¿sabes…?” “¿Conoces este idioma...?”.

En una época en la que comenzaban las grandes naciones a luchar por sus intereses, en la que la religión era causa de guerra, mercaderes de todo tipo y condición se hermanaron por medio de un lenguaje muy simple. Es curioso, pero Miguel de Cervantes, que estuvo preso en una cárcel de Argelia, hace mención al sabir en El Quijote, cuando menciona la existencia de una…

“lengua que en toda la Berbería y aun en Constantinopla se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos” 

Curiosamente era una lengua del pueblo llano, de marineros y mercaderes. Los oficiales de los barcos o los diplomáticos se negaban a utilizar una lengua que consideraban de segunda categoría. En sus elegantes camarotes se hablaba francés.

Por desgracia, finalmente las grandes naciones impusieron sus idiomas; aunque hubo que esperar al siglo XIX y la colonización del norte de África por ingleses, italianos, franceses o españoles. Las tropas de conquista que arribaron a Argelia llevaban un diccionario francés/sabir. En unos pocos decenios el sabir desapareció.

Otra fuente de pidgins fue la esclavitud. A buena parte del Caribe y Norteamérica arribaron esclavos procedentes de África, la mayoría de etnias muy distintas unas de otras. Los esclavos no podían comunicarse entre sí, y crearon lenguas nuevas, mezcla de sus lenguas de origen y el idioma de los terratenientes. Con el paso de las generaciones estas lenguas nuevas se fijaron, y se convirtieron en las lenguas maternas de los niños, olvidadas las originales.

Cuando una generación de niños aprende un pidgin como lengua materna esta pasa a denominarse lengua criolla.

Y, si me lo permiten, les compartiré una pequeña sorpresa, En el sur de filipinas, y en algunos enclaves de Malasia e Indonesia, se reza el Padre Nuestro de esta manera:

 

Nuestro Tata Quien talli na cielo,
Bendito el de Ustéd nombre.
Mandá vene con el de Ustéd reino;
Hacé el de Ustéd voluntad aquí na tierra,
igual como allí na cielo.
Dale con nosotros el pan para cada día.
Perdoná el de nuestro maná pecados,
como nosotros ta perdoná con aquellos
quien ya peca con nosotros.
No dejá que nosotros hay caé na tentación
sino librá con nosotros de mal

 

Es el chabacano, una lengua criolla que mezcla el español con otras leguas locales. Es la lengua que se habla en la preciosa ciudad de Zamboanga, un idioma hablado por 1,2 millones de personas. Aunque en franco declive.

La necesidad de encontrarnos siempre se abre camino. La comunicación es consustancial al hombre; un impulso irrefrenable a encontrarnos en y para los demás. Inventamos idiomas porque queremos entender y que nos entiendan. Los intérpretes, los traductores, construyen puentes de palabras por los que todos cruzamos. Son los embajadores del verbo y del adjetivo correcto, desde hace miles de años.

En estos tiempos que se adivinan oscuros, es uno de los oficios que aportan más luz.

Antonio Carrillo

martes, 27 de febrero de 2024

El Evento Azolla y el cambio climático


La teoría del caos propugna que el aleteo de una mariposa en Asia podría provocar un huracán en América. Y limpiar mi acuario y vaciar su contenido podría provocar una brusca edad de hielo y el derrumbe de la civilización.

Les voy a contar una historia fascinante.

Hace 50 millones de años se inició un periodo de intensa actividad volcánica, que expulsó a la atmósfera grandes cantidades de CO2. Posiblemente, y como nos indica la denominada hipótesis del fusil de clatratos, el aumento de la temperatura del océano propició la liberación de millones de toneladas de metano desde los depósitos de clatrato de metano del fondo oceánico. La combinación de CO2 y metano en la atmósfera implicó un calentamiento a nivel global. Muchas especies se extinguieron cuando la temperatura del océano subió hasta siete grados. Es el denominado Óptimo Térmico del Eoceno.

En el océano Ártico la mezcla de alta temperatura y fuertes vientos supuso una enorme evaporación, lo que aumentó la salinidad del océano y su densidad, pero al mismo tiempo las lluvias torrenciales hicieron posible que al océano llegase una masa enorme de agua dulce menos densa. El resultado fue sorprendente: hace 50 millones de años, en el océano Ártico, hubo una capa muy fina de agua dulce sobre su superficie salada.

Imaginen: en un clima excepcionalmente cálido se deposita sobre el océano una capa de agua dulce, irradiada por veinte horas de luz en verano. Los ríos aportan nutrientes y el Ártico está aislado de corrientes provenientes del resto de los océanos. Es el ambiente idóneo para que un pequeño helecho, el Azolla, prospere. A una velocidad nunca vista.

Durante 800.000 años el Ártico fue de color verde, con una capa densa de Azolla que cubría 4 millones de kilómetros cuadrados. Duplicaba su tamaño en días. La Azolla es una planta capaz de absorber una ingente cantidad de CO2 de la atmósfera, y los niveles de dióxido de carbono se redujeron en un 80 por ciento, desde una concentración de 3500 ppm, a inicios del Eoceno, hasta apenas 650 ppm. La atmósfera cambió su composición en unos pocos miles de años.

Pero hay más. La capa de Azolla es muy densa y dificulta el intercambio de gases entre la superficie oceánica y la atmósfera, lo que provoca una significativa caída de los niveles de oxígeno en las profundidades. Cuando cambiaron las condiciones locales y volvieron a circular corrientes provenientes de los océanos adyacentes, la capa de agua dulce se disolvió y el aumento de la salinidad mató a los helechos, que cayeron al fondo.

Millones de toneladas de helechos se precipitaron hacia un fondo sin oxígeno, con una anoxia que no permitía el crecimiento de bacterias ni de organismos encargados de descomponer la materia orgánica. Esa inmensa cubierta vegetal, con todo el dióxido de carbono atrapado de la atmósfera en su interior, se sepultó y fosilizó. Hoy, en el subsuelo del océano Ártico, podemos observar una capa de sedimentos de al menos ocho metros de espesor y, entre medias, una capa de unos milímetros con los restos fosilizados de Azolla.

Todo ese carbono no volvería a la atmósfera, y la temperatura del océano Ártico descendió de 13 grados centígrados sobre cero a 9 bajo cero. La Tierra sufrió un enfriamiento brusco que inició un periodo de glaciaciones a nivel planetario. Hoy vivimos en una transición entre glaciaciones, excepcionalmente cálida. No es lo normal.

A este fenómeno atmosférico y climático global, a esta caída brusca de la temperatura del planeta, se lo denomina el Evento Azolla.

Todo causado por una planta diminuta, con hojas de unos pocos centímetros.

La Azolla parece inofensiva; tiene un aspecto esponjoso y se utiliza a menudo como planta ornamental en acuarios. El problema es que se reproduce con esporas muy resistentes, capaces de adherirse a peces y aves acuáticas migratorias y esparcirse muy lejos. Si vacío mi acuario y hay esporas de Azolla, puedo provocar una contaminación en aguas superficiales de una planta muy voraz, capaz de reproducirse a una velocidad de vértigo. Está considerada una especie invasora agresiva en España y otros países, y está prohibida la introducción de la especie en el medio natural, así como su posesión, comercio o transporte. Aunque, y esto me sorprende, puedo adquirirla en Amazon.

Lo cierto es que, en ríos y lagos de España, comienza a verse una película verde en su superficie. Es Azolla.

Azolla en el río Tajo

Si la ven piensen en los mamuts, en los glaciares inabarcables que cubrieron buena parte del planeta. Y piensen en que el cambio climático puede ser una realidad, causada por un desequilibrio del dióxido de carbono atmosférico.

Más nos vale tomarlo como algo serio.

 Antonio Carrillo

domingo, 18 de febrero de 2024

El evangelio del Jesús histórico



Son tiempos oscuros en Judea, de mucho miedo. Los zelotes y sicarios han atacado a los romanos y masacrado sus guarniciones por medio del engaño. Y Roma reacciona con crueldad ante la traición. Nunca perdona.

Lo sé porque yo mismo he nacido en una colonia romana de Asia. Mis padres fueron romanos y mis hijos – si sobrevivo a este espanto – lo serán también.

Son tiempos oscuros y he buscado la paz en la meditación y el recogimiento. Hace unos años recibí la gracia del mensaje del Mesías, del Hijo de Dios. Su misericordia alcanza a pobres y ricos, libres y esclavos, mujeres y hombres; a judíos y gentiles por igual. Es algo nunca visto. Conocí a los afortunados que caminaron a su lado y compartieron su pan. Escuché sus historias y ayudé a transcribir sus hechos y palabras.

Pero esa época feliz pertenece a mi pasado. En estos tiempos de odio y muerte he procurado el refugio del desierto, en una comunidad de hombres de luz que se dedican a orar y escribir. Me han acogido. Se dice que otros seguidores del Nazareno estuvieron antaño entre estos muros, como el bautista que purificó el rostro misericordioso de Nuestro Señor con las aguas del Jordán.

Desde esta colina seca y caliente podemos ver las orillas del mar de Arabah y algunos pequeños enclaves. Nos han llegado noticias de un gran ejército romano que se dispone a destruir Jerusalén. Atacarán después las fortalezas de Maqueronte y Masada, los últimos focos de resistencia judía. Y nos verán. Y no les importará que no tengamos muros ni fosos. Que seamos pacíficos. Nos masacrarán.

Al amanecer aprovecho las primeras luces para intentar distinguir en el horizonte el reflejo en las armaduras, el polvo que levantan sus grandes torres de asedio y sus bueyes. Los miles de hombres que desfilan hacia la sangre prometida.

Mis anfitriones han ocultado en cuevas cercanas el tesoro de sus textos sagrados. Llevan mucho tiempo dedicados a la tarea de transcribirlos, y quieren preservarlos. Los guardan en ánforas y sellan las cuevas. Yo he decidido hacer lo mismo. En ánforas de mi propiedad, y en las que se lee con tinta la palabra “Roma”, he guardado textos en griego. Entre otros, mi preciado texto sobre las enseñanzas y vida del Nazareno. No me ha dado tiempo a sellar bien las vasijas y es posible que el paso del tiempo dañe los papiros, más frágiles que el pergamino. Espero sobrevivir a esta espera de muerte y recuperar la palabra del Señor. Si Dios quiere.

El miedo se siente en la garganta. Se habla en voz baja, apenas se alza la mirada. Algo terrible va a suceder y no podemos hacer nada por evitarlo. ¿Llegará el día en el que el hombre pueda vivir sin miedo al hombre? Si el Galileo murió por todos nosotros, ¿por qué me angustia tanto esta espera? ¿No debería recibir el martirio con alegría?

El sol cae, un día más. Con la noche bajan las temperaturas. Hay un tenue rumor de agua que proviene de las cisternas. Salen las estrellas y sueño con Jesús. Eso me reconforta. Un poco.

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En Cisjordania, a unos 13 kilómetros de Jericó y cerca del Mar Muerto, se han localizado las ruinas de un pequeño asentamiento. Es una zona muy árida, abastecida por una corriente de agua proveniente de Jerusalem. Había cisternas donde poder cumplir con un ritual de purificación bautismal esenio, hornos de orfebrería y un edificio de dos plantas con mesas y bancos. En este lugar se han descubierto tinteros, porque era el hogar de eruditos y estudiosos.

Las fuentes históricas afirman que en el verano de 68, y en el curso de la primera guerra judeo-romana, la Legio X Fretensis, acuartelada en Jericó, destrozó este enclave esenio y masacró a todos sus habitantes.

Sabemos mucho sobre sus habitantes porque, en unas cuevas cercanas, se descubrieron en 1941 casi mil manuscritos. Son los textos más antiguos que tenemos sobre el antiguo testamento y las reglas de la comunidad judía, escritos casi todos en hebreo y otros pocos en arameo. Los autores ocultaron esta enorme biblioteca en vasijas selladas.  Es uno de los principales hallazgos arqueológicos del siglo XX.

Se han localizado un total de once cuevas, y cada uno de los rollos o papiros está codificado primero con el número de la cueva, después con la letra Q y posteriormente por el número que le corresponde.

Y así, llegamos al misterio del 7Q5. El fragmento quinto encontrado en la cueva 7.

En realidad, todos los fragmentos encontrados en la cueva 7 son peculiares. Todos estaban muy deteriorados, como si se hubiesen almacenado con menos cuidado. Y todos estaban escritos en un tipo de griego del siglo I. Y estaban escritos en papiros. Además, estaban guardados en el interior de un ánfora con una inscripción en tinta negra que dice Rumah ("Roma") en hebreo. La única cueva con textos en griego, la única con papiros y un ánfora con la palabra Roma…. Es extraño ¿verdad?

Pero hay más.

El fragmento7Q5 es un trocito de papiro diminuto, de apenas 3,9 por 2,7 centímetros. Tiene 5 renglones y apenas se distinguen 20 letras. Está escrito en estilo ornamentado o "Zierstil", utilizado entre los años 50 a. C. y 50. Es decir, en época de Cristo.

Este minúsculo fragmento pasó desapercibido, por su mal estado de conservación y su pequeño tamaño. Pero el hecho de estar escrito en griego y la datación en época herodiana lo hace interesante.

En 1972 el paleógrafo y papirólogo español José O´Callaghan Martínez hizo público un descubrimiento que causó un enorme revuelo: el fragmento encontrado no coincidía con ningún texto del antiguo testamento, pero sí con el Evangelio de San Marcos 6, 52-53

52ΔΙΟΤΙ ΔΕΝ ΕΝΟΗΣΑΝ ΕΚ ΤΩΝ ΑΡΤΩΝ ΕΠΕΙΔΗ Η ΚΑΡΔΙΑ ΑΥΤΩΝ ΗΤΟ ΠΕΠΩΡΩΜΕΝΗ 53ΚΑΙ ΔΙΑΠΕΡΑΣΑΝΤΕΣ ΗΛΘΟΝ ΕΠΙ ΤΗΝ ΓΗΝ ΓΕΝΝΗΣΑΡΕΤ ΚΑΙ ΕΛΙΜΕΝΙΣΘΗΣΑΝ

(en negrita las letras del manuscrito)

¿En las cuevas del Qumran se encuentra un manuscrito del evangelio de San Marcos anterior al año 68? Eso es imposible según la historiografía bíblica, que afirma que los evangelios no se escribieron antes del siglo II. El papiro neotestamentario más antiguo del que tenemos noticia es un Evangelio de Juan datado hacia la mitad del siglo II, más de 100 años después del 7Q5.

El profesor O´Callaghan fue vilipendiado durante años. El profesor alemán Kurt Aland hizo varias pruebas utilizando la base de datos del Thesaurus Linguae Graecae del programa Íbico, todas ellas infructuosas, pero los informáticos descubrieron que estaba alterando datos para justificar sus tesis en contra de O´Callaghan. Cuando la universidad de Liverpool utilizó el programa de manera imparcial los resultados coincidían con la interpretación de O´Callaghan. Las palabras concuerdan con un texto del Evangelio según San Marcos.

Este trocito de papel pone en solfa todo lo que creemos saber sobre los nuevos testamentos, y abre una ventana a la teoría de que fueron escritos en época de Cristo, por personas que o bien lo conocieron o recibieron una información inmediata de los que caminaron junto al Salvador. Es posible que el primer evangelio fuese un intento de unificar anécdotas que se compartían entre sus seguidores para evitar que cayeran en el olvido.

Es algo sobre lo que especula la “escuela de las Formgeschichte” o “historia de las formas”. Según esta corriente el primer evangelio se basó en perícopas: historias sobre Jesús que, al unirse en un compendio ordenado cronológicamente, conformaron el primer evangelio, que sirvió de modelo para los otros dos.

En este sentido llama la atención que el fragmento 7Q5 concuerde con el Evangelio de San Marcos, porque la historiografía neotestamentaria establece que es muy probable que el Evangelio de San Marcos fuese el primero. Los Evangelios de Mateo y Lucas fueron posteriores, y se fundamentaron en el de San Marcos y en una fuente desconocida (la denominada Fuente Q).

Esta posibilidad nos acerca más que ninguna otra a la existencia de un Jesús histórico, que anduvo por Galilea y Judea en la primera mitad del siglo I. La figura que nos muestran los evangelios no fue por consiguiente una invención muy posterior, fruto de antiguas leyendas o testimonios casi olvidados por el paso de los decenios. En el fragmento 7Q5 percibimos el aliento de un Jesús cercano.

 

Notas:

1.      1. La posibilidad de que existiera un seguidor de Cristo ciudadano romano y judío en la época de la caída de Qumran se confirma con figuras como San Pablo, nacido en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia. Por cierto, su idioma materno era el griego.

 

2.     2. La relación entre San Juan Bautista y la secta del Qumran está sometida a debate y en absoluto comprobada. Me limito a reflejar las opiniones expresadas por el Papa Benedicto XVI:

 

“Parece que Juan el Bautista y tal vez también Jesús y su familia fueron cercanos a esta comunidad. En cualquier caso, en los manuscritos de Qumrán hay múltiples puntos de contacto con el mensaje cristiano. No puede descartarse que Juan el Bautista viviera un tiempo en esta comunidad y haya recibido en ella, en parte, su formación religiosa”.


Antonio Carrillo

sábado, 3 de febrero de 2024

Vivir sin estrellas

 


Mi cuerpo murió hace unos 250.000 años.

Desde entonces, mi encéfalo y médula espinal viajan confinados en un cilindro de un metro de diámetro y dos metros de largo dentro de un módulo madre, en una órbita entre Urano y Neptuno. Junto con otras 500.000 almas.

Nos gusta llamarnos así: almas. Hay decenas de millones de módulos madre, que cuidan cada uno de cientos de miles de almas.  Todos los módulos están interconectados. Somos cientos de miles de millones de personas. Y sí, estamos vivos.

En los primeros tiempos, cuando los humanos conseguimos conectar el sistema nervioso central a una red de realidad virtual y detuvimos la degeneración celular de neuronas y células glía, los primeros cerebros que se confinaron vivían una vida eterna en la simulación de una juventud sin fin y plena. Pero todos ellos acabaron psicóticos. Aprendimos que el cerebro necesita recrear la experiencia de una vida real, con sus fases de crecimiento y maduración. También de muerte. Y de dolor.

Sin la pérdida, sin el reto de la vida efímera, perdíamos la lucidez.

Las personas ahora estamos dentro de un programa que simula una vida física, corpórea. Nuestro sistema nervioso central está conectado a infinitos estímulos que activan las áreas visuales, auditivas, olfativas, gustativas o táctiles. También las motoras y las relacionadas con el equilibrio. Pero, además, tenemos simulaciones que permiten activar áreas de estímulo propioceptivo. Nos duele la tripa o la cabeza. Tenemos una percepción de nuestros límites físicos, nos sentimos individuos, desde antes de nacer.

Porque nacemos. Y morimos. Una y otra vez. El programa simula un deterioro cognitivo que acaba con la muerte; entonces hay un reseteo sináptico, y nuestro cerebro se reconfigura con la estructura neuronal de un feto de dos semanas. Detrás dejamos maridos, hijos o nietos; todos ellos encéfalos flotando en un tubo, reencarnados todos miles de veces. El padre pudo haber sido hijo hace 10.000 años. Nadie lo sabe, porque no recordamos nada. Creemos que es real. Quizás lo sea. Todo es aleatorio. Elegimos pareja, nos relacionamos, procreamos activando los estímulos adecuados en el cerebro y un nuevo sistema nervioso, de los miles disponibles en ese momento esperando a ser activados, pasa a ser nuestro hijo o hija. Ponemos la mano sobre el vientre abultado de nuestra pareja. Sentimos como se mueve.

Mi cuerpo murió hace 250.000 años. Estoy encerrado en una nave a miles de millones de kilómetros de la Tierra. Lo sé porque me muero de un cáncer de páncreas.

Hace unos meses todo comenzó con unas molestias en el vientre. El diagnóstico fue atroz: apenas medio año. Durante ese tiempo, mientras pude, seguí trabajando en el observatorio astronómico, en lo alto del volcán de Canarias. Quería aprovechar cada anochecer, los olores del sendero que me conducían al recinto, el sonido de los insectos que saludaban a la luna.

Y fue hace dos semanas que vino la oscuridad. Trabajaba desde casa (mi deterioro me impedía trasladarme) cuando las imágenes de la pantalla se volvieron negras. Estaba estudiando unos cúmulos estelares a miles de millones de años luz. Pero ya no estaban.

Reinicié el sistema informático que me conectaba al telescopio. Pedí que se hicieran todo tipo de diagnósticos. Todo estaba correcto. Simplemente, ya no había estrellas.

Introduje otras coordenadas. Nada. Oscuridad. El universo profundo se había evaporado. Estábamos solos.

Pensé que era la medicación. Pero otros colegas me confirmaron lo mismo: las estrellas se habían apagado. Sólo podíamos ver las más cercanas, la de nuestro propio cúmulo de galaxias. Pero lejos, en el espacio y en el tiempo, todo había desaparecido.

Ahora mismo estoy en una sala blanca. La muerte me ronda, y el sistema me ha informado de que en realidad no voy a morir. Que todo lo que he vivido es una simulación. Que en realidad morí hace cientos de miles de años. Que me reiniciarán. Que no recordaré nada.

Le pregunto al módulo madre por las estrellas ¿Ha sido un defecto del programa?


No. Las estrellas han desaparecido. El módulo opera con instrumentos científicos reales, que nos permiten avanzar en el conocimiento del cosmos. La información se comparte entre todos los módulos, y perdura. Nos sobrevive. Ha habido avances en neurología, nuevas corrientes artísticas, se han librado conflictos y hemos evolucionado como especie.

 

Pero ¿Y las estrellas? Insisto

 

No están.

 

¿Cómo es posible?

 

El universo se expande, cada vez más deprisa, empujado por la energía oscura. Ha superado la velocidad de la luz. Crece tan rápido que la luz de las estrellas no nos llega. Todo se irá apagando. Es inevitable. La entropía se adueña de la realidad, condenándonos al frío. Incluso los módulos madre acabarán muriendo, porque no seremos capaces de atrapar ni un atisbo de energía. Pero falta mucho para eso. No debes preocuparte.

 

Renacerás y no recordarás nada.

 

Cierro los ojos. Me acuerdo de cuando conocí a Elena, de mi primera motocicleta. De la vez que Susana se hizo una brecha en el columpio con cinco años. Recuerdo a mi padre tocando el vetusto piano de casa mientras mamá preparaba la cena. Recuerdo a mi perra, que acompañó toda mi infancia. Y los senos de Alicia que se adivinaban bajo la blusa. Tantos libros leídos, tantos abrazos de amigos.

Mi mano se desliza lentamente sobre la sábana de la cama blanca. Recuerdo nuestra primera casa y los apaños que improvisé para poder hacerla habitable. Recuerdo la cara de orgullo de mi familia cuando recogí el título; la cara de mi abuela, sollozando. Mi mano se detiene sobre un pequeño dispositivo con dos botones.

Me gustaba comer palomitas en el cine, tomar el café de la mañana con el sol calentándome la cara, viajar sin billetes ni visados.

Aprieto el botón rojo.

He decidido no volver a nacer. Mi tejido neuronal se degenerará rápidamente y expulsarán el cilindro al espacio.

A un espacio sin estrellas en el que no quiero vivir.

Me quedan minutos.

Me acuerdo de las partidas de mus en la facultad, del nacimiento de mis hijos, de mis dos nietos. Recuerdo ese nido de golondrinas, y la ilusión de los niños al volver del colegio por ver a los polluelos. Recuerdo la noche en que murió mi hermano, la primera vez que vi el mar infinito….

Oscuridad

 

Antonio Carrillo

miércoles, 29 de noviembre de 2023

El bastidor del lenguaje


 

En toda casa con un niño pequeño se oculta un bastidor de lenguaje.

Es el lugar donde la criatura recoge y consolida palabras, donde las expresiones forman dibujos y los sonidos tienen colores y olores familiares. Es un milagro cotidiano que pasa desapercibido. Un misterio repetido desde hace cientos de miles de años.

Los humanos estamos hechos de palabras. Nos conforman y dan identidad. Nuestros mayores son los heraldos inconscientes, los que nos hablan de niños. Nos alimentan de esas palabras. Su ofrenda inadvertida nos aporta todo lo que realmente importa: un lenguaje y una manera de ser ante la vida. Una cultura.

Diminutos duendes bordan durante la noche, a medios puntos de cruz, gestos y entonaciones, un sendero de sonidos y caricias que nos conducen a lo que llegaremos a ser. Nuestro destino se pavimenta con este bordado de verbos y adjetivos nuevos. Los duendes hilvanan en la oscuridad mientras dormimos.

Con el tiempo el niño adquiere un bagaje inmenso sin esfuerzo. Un niño chino aprenderá a contar de uno a diez utilizando solo una mano. Un niño norteamericano sabe que los adjetivos siguen un orden: número, opinión, tamaño, forma, estado, edad, color, material y propósito. Es algo que no aprenderá en la escuela, pero sabrá distinguir a un hablante no nativo porque descuida este orden. Un español sabe estar “contigo”, y estar “sin ti”. Un estudioso del español tendrá que aprender a no decir “sintigo” o “con ti”. Los nativos no necesitan aprenderlo en el colegio; simplemente se sabe.

La labor de los duendes es precisa y sutil. El hijo de unos padres sordomudos adquirirá un lenguaje gestual propio de la cultura sorda. En el bastidor caben peculiaridades étnicas, localismos o prejuicios familiares. Cada casa tiene un bastidor único. Todo hogar es un universo propio e insustituible.

Cuando ustedes vuelvan del hospital con un recién nacido los duendes que los acompañaron en la infancia estarán esperando. Habrán acordado un lenguaje nuevo, porque en la mayoría de las familias hay dos progenitores y, por lo tanto, el lenguaje del nido es el resultado de un compromiso. De la fusión de dos hogares previos.

Sospecho que los duendes de la madre llevarán la voz cantante. Ella le habla al bebé mientras lo amamanta. Se dice idioma materno, no paterno. El niño ha escuchado a la madre mientras estaba en su seno. Las palabras deben oler a su pecho. A la leche que lo alimenta.

Posiblemente, la primera palabra que bordarán los duendes será “mamá”.

 

Antonio Carrillo

miércoles, 28 de junio de 2023

Extraterrestres en la Gran Pirámide

Los griegos calificaron la gran pirámide de Guiza como una de las siete maravillas del mundo antiguo, la única que ha perdurado. Heródoto, el primer historiador, afirmó hace 2.400 años que era una tumba, e incluso identificó correctamente a su constructor: el faraón Keops.

No todas sus opiniones eran correctas; El sabio griego creía que había sido construida por 100.000 esclavos, y propuso que el faraón arruinado optó por prostituir a su pobre hija. El historiador cometió algunos errores, cierto, pero las cosas fueron a peor tras el derrumbe del mundo clásico: el conocimiento cayó en el olvido. La biblia se convirtió en la única fuente de conocimiento sobre un oriente lejano en el tiempo, y las pirámides de Egipto fueron los graneros que José, hijo de Jacob, llenó de trigo durante los siete años de abundancia que predijo tras un sueño del faraón. En la catedral de San  Marcos de Venecia vemos mosaicos con las pirámides en su forma de silos de grano.


Bueno, es excusable ¿cierto? Con la caída de roma la historiografía había muerto, desalojada por la creencia. Resulta más difícil justificar la opinión de Ben Carson, candidato republicano a la presidencia de los EEUU en el 2016: “las pirámides fueron construidas como bodegas de granos y no, como dicen los arqueólogos, para el entierro de faraones muertos”. El hombre más rico del mundo, Elon Musk, afirmó en el 2020 que las pirámides habían sido construidas por extraterrestres.

Al parecer no bromeaba.

Conviene aclarar algunas cosas. Sabemos bastante sobre la época de las pirámides y su construcción. Y no hay nada mágico ni ultraterrenal en ello. Al contrario, la construcción de las pirámides fue un ejemplo de optimización de recursos y racionalización de esfuerzos. Eso incluye alguna chapuza, como cuando Micerinos falleció antes de finalizar su templo. Su hijo Chepseskaf lo terminó usando ladrillo en bruto y tierra apisonada para ir más rápido. Hoy en día solo quedan los cimientos y parte del sótano, en una chapuza impropia de extraterrestres superpoderosos.

Los Egipcios hicieron lo posible por trabajar lo menos posible. Por ejemplo, la esquina suroeste de la pirámide de Kefrén no está construida con sillares de piedra, sino tallada directamente sobre una colina de roca preexistente. A pesar de lo que pueda leer, la mayoría de la piedra la extrajeron directamente de la propia meseta de Guiza a escasos metros, porque tenía la ventaja de estar fragmentada con líneas muy rectas debidas a plegamientos anticlinales. Estas piedras no están finamente talladas, ni encajan a la perfección. ¿Para qué esforzarse en un trabajo que nadie iba a ver? Sólo los bloques más cercanos al borde se trajeron desde algo más lejos, en concreto desde las canteras de piedra caliza de la cercana Tura, una piedra muy blanca y de gran calidad. Estaban perfectamente pulidas y escuadradas. Las pesadas piedras graníticas que se utilizaron en el gran corredor o en la cámara del Rey se trajeron desde Asuán, en el lejano sur.

¿Hay alguna prueba de este esfuerzo organizativo? ¿Algún testimonio documental? De hecho, sí. En el año 2013 se encontró el cuaderno de bitácora de uno de los inspectores encargados de trasladar las piedras del revestimiento desde Tura. Y es un testimonio definitivo de un trabajo coordinado y eficaz. De los egipcios, no de los extraterrestres.

No son muy conocidos los restos egipcios encontrados en el desierto de Libia al oeste, ni los localizados en la Península del Sinaí, en la costa occidental del mar rojo o en Nubia, al sur. Y, sin embargo, revisten un enorme interés. En el verano de 2011 arqueólogos franceses y norteamericanos comenzaron a excavar el puerto más antiguo jamás descubierto, con más de 4.500 años de antigüedad. Es un complejo enorme, de 5 kilómetros de extensión, con multitud de estancias y construcciones de todo tipo y tamaño. En este puerto de Wadi al-Jarf se encontró el Diario de Merer, la prueba definitiva que desmonta cualquier teoría alternativa a la construcción de las pirámides. Merer era un funcionario con el título de inspector, y estaba obligado a llevar un cuaderno de bitácora en su tarea de traslado de bloques de piedra desde la cantera de Tura a la pirámide de Guiza. Con su equipo, formado por 40 barqueros, trasladaba en seis viajes unos 200 bloques de 3 toneladas al mes. Y todo está descrito con detalle.

En el primer día Merer salía cargado de piedras desde Tura hacia Guiza, aprovechando la corriente del río Nilo.  Llegaban a un lago artificial que se había creado junto a la pirámide, para acercar lo más posible las piedras a su destino final y ahorrarse el trabajo de arrastrarlas por tierra. Allí las piedras eran inspeccionadas en un centro administrativo llamado Ra-she Khufu (la boca del estanque de Khufu). Pasaban la noche. Al día siguiente se descargaban la treintena de bloques de piedra y, al tercer día, regresaban a Tura aprovechando los vientos del norte.

¿Y cómo se trasladaban los bloques de piedra de la cantera al barco y del barco a la pirámide? Arqueólogos franceses e ingleses han descubierto en las canteras de alabastro de Hatnub una rampa con bastante pendiente de la época de Keops. Estaba flanqueada por sendas escaleras con numerosos orificios para postes. Las piedras se movían sobre trineos de madera ayudándose de los postes laterales y de la fuerza de los bueyes.


Además, científicos holandeses han demostrado experimentalmente que las piedras se movían con mucha menos fricción al añadirse un poco de agua durante el traslado. En una de las paredes de la tumba del nomarca (líder local) Djehutihotep, en la necrópolis de Deir el-Bersha, vemos a un grupo de personas tirando de un trineo que carga una estatua enorme. Alguien vierte agua sobre la arena.


Las pruebas se acumulan. También se ha encontrado el poblado de los trabajadores encargados de construir la gran pirámide. Eran personas libres, bien alimentadas y con excelentes cuidados médicos. Los esqueletos muestran facturas perfectamente curadas.

Las pirámides no fueron un milagro inexplicable; tampoco una explosión inmediata de creatividad y genio constructor. Al contrario, fueron fruto de un proceso de aprendizaje que tiene sus hitos en Zoser, con su primera pirámide escalonada de piedra, en Snefru y sus tres pirámides que afianzaron el conocimiento de las pirámides con caras lisas. Y la consolidación que supusieron las enormes pirámides de la meseta de Guiza. Son cientos las pirámides alzadas a lo largo de los años, en Egipto y en otros muchos lugares.

Los extraterrestres no son necesarios para explicar las pirámides. Pero es una lástima que nadie sepa de Merer y de su rigor a la hora de llevar un registro documental de su labor como funcionario del imperio antiguo. Supongo que se debe a que no es entretenido. Es más interesante especular sobre naves extraterrestres trasladando grandes bloques, sobre alquimistas milenarios capaces de disolver y solidificar rocas. Sobre gigantes mitológicos que trasladaban grandes bloques de piedra.

A lo mejor están huecas y llenas de grano. O son centrales energéticas para abastecer naves espaciales. Es posible que en su interior haya nidos de reptilianos esperando a eclosionar.

¿Usted qué cree?

Antonio Carrillo

domingo, 4 de junio de 2023

Alienígenas en televisión

Hace años un programa de televisión llamado “Cosmos” despertó en mí el interés por la ciencia. Durante la adolescencia, una época de búsqueda y asombro, fui afortunado al llenar mi mente de estímulos como planetas, redes neuronales, evolución o galaxias.

Carl Sagan, el autor, tenía el raro talento de aunar disciplinas diversas: física, geología, historia, biología o filosofía, que nos abrían los ojos a una realidad holística y siempre apasionante. Todo un universo de saber apoyado sobre un rigor científico inexcusable. Una gozada.

35 años más tarde mi hijo Pablo puede ver en horario de máxima audiencia documentales en los que se defienden ideas como que las pirámides de Egipto las construyeron gigantes descendientes de extraterrestres lascivos. La Tierra podría ser plana, los humanos convivieron con los dinosaurios y los gobiernos ocultan la existencia de ruinas en Marte. 

Es descorazonador ver como todos los días se desgranan una retahíla de argumentos sin lógica alguna, en una verborrea repleta de fechas y supuestos datos históricos que no se sustentan en hechos demostrables. En estos documentales se utiliza el llamado Gish gallop o ametralladora de falacias, una técnica de debate que se basa en la acumulación frenética de datos y argumentos tramposos, en una sucesión que no ofrece pausa para la reflexión ni está apoyada en argumentos científicos o lógicos validables.

No hay apenas documentales de ciencia. Tenemos, eso sí, buscadores de tesoros, personas que milagrosamente encuentran objetos alucinantes en trasteros y contenedores (parece que no hay guardamuebles en los EEUU que no contengan una espada samurái o una guitarra de Presley), o misterios sin resolver de todo tipo. Y muchos extraterrestres rijosos que nos visitaron hace milenios, que sembraron las semillas de la ciencia y del saber. Un conocimiento al parecer inalcanzable para los humanos sin ayuda.

Tenemos la televisión que merecemos. Es así de simple. Un 27% de los norteamericanos o españoles creen que el Sol gira alrededor de la Tierra. Cuando una sociedad aborregada e ignorante siga los dictados de líderes mesiánicos en posesión de una única verdad todos tendremos la culpa. Por desidia.

Espero que, si algo así sucede, los amables alienígenas de antaño regresen para librarnos de tanta mediocridad.

Por favor.

Antonio Carrillo

martes, 28 de marzo de 2023

El peor año de la humanidad y una mascota enferma


Nuestro relato comienza con una niña de cinco años, que juega en el patio de su casa en Raphta. Hace mucho frío, a pesar de encontrarse en Azania (hoy Tanzania), en el este de África. La chavala sueña con conocer las blancas montañas de la luna, donde nace el poderoso río Nilo.

Su padre es comerciante del marfil deseado. Se lo vende a esos romanos que hablan griego, a los magos que – se rumorea - dominan un fuego que arde bajo el agua. Es el año 536 según el calendario de los cristianos. Y hoy, como ayer, como en el último año, apenas si ha salido el sol. Y hace mucho frío.

 

Desde el año 535 todo el planeta está sumido en las penumbras. Las crónicas hablan de un sol tan débil que la luz del día se asemeja a las noches de luna llena. En la China meridional del amable emperador Wu de Liang, en pleno agosto, no se superaban los 5 grados, y ciudades y campos están bajo un manto de nieve blanca. Europa y Asia padecen una densa niebla seca. Fueron 18 meses terribles, de hambre, sequía y penurias.

Los anales gaélicos describen la falta de pan en Irlanda. Procopio de Cesarea describe un sol apagado que no calienta, y una época de muerte. El senador romano Casiodoro dice que al mediodía no hay luz, y las personas que deambulan como espectros no producen sombras por la ausencia del sol.

Las cosechas no prosperan, los animales mueren. Los análisis de los anillos de la madera de un roble irlandés nos aportan la prueba de que durante 8 años los árboles dejaron de crecer. Estos análisis se han confirmado en los troncos de árboles de Finlandia, California, Chile y Suecia. El planeta entero se adormece, súbitamente congelado.

¿Por qué sucede esto?

El análisis de los núcleos de hielo recogidos en lugares tan distantes como Groenlandia y la Antártida muestran que en esa época había grandes cantidades de ácido sulfúrico, lo que evidencia una lluvia ácida en los cielos del mundo. El origen más probable de esta antagonista de la vida son las erupciones volcánicas masivas.

Además, en los núcleos de hielo de Groenlandia se han observado sedimentos y microorganismos de origen marino. Curiosamente, los microfósiles detectados provenían de aguas cálidas, tropicales. Los geólogos especulan con erupciones submarinas que, al vaporizar el agua del mar, transportan a la atmósfera los sedimentos marinos. El análisis de los hielos de un glaciar en Suiza nos ofrece nuevas pistas: en la ceniza se distinguen partículas microscópicas de vidrio volcánico procedente de Islandia.

Por lo tanto, parece demostrado que desde al menos el año 535 la tierra sufrió una sucesión de erupciones catastróficas en distintos lugares del planeta. Por ejemplo, el volcán Krakatoa explosionó el año 535, y también erupciona el volcán Rabaul en Papúa Nueva guinea. Se postulan erupciones masivas en Islandia, y parece probado que hubo actividad volcánica submarina en zonas ecuatoriales… y además contamos con la catástrofe del lago de Ilopango en El salvador. Fueron demasiadas catástrofes en poco tiempo, y la Tierra no fue capaz de curarse.

El lago de Ilopango, a solo 16 kilómetros de San Salvador, mide 11 kilómetros de largo y 8 de ancho, con una superficie de 72 km² y una profundidad de 230 m. Su belleza oculta un monstruo dormido; en realidad es un cráter inmenso, y en sus profundidades yace un enorme depósito de magma. En el año 536 este leviatán abrió sus fauces de fuego en un aullido que conmocionó a todo el planeta.

Es difícil imaginar la potencia del estallido sin hacer mención a las cifras: imagine que multiplica por más de 100 el estallido del Monte St. Helens de 1980, un horror que arrasa todo rastro de vida animal y vegetal 2.000 kilómetros cuadrados a la redonda. Fortísimos vientos huracanados ardientes, a cientos de kilómetros por hora, queman campos y ciudades. 80.000 personas mueren en cuestión de pocos minutos. El monstruo expulsa a la atmósfera más de 84 kilómetros cúbicos de ceniza y polvo que cubren buena parte del planeta.

Los efectos fueron terribles en poblaciones mayas cercanas. La cultura Moche de Perú, maravillosa en su dominio de la cerámica, comienza un declive imparable que acabará con su desaparición. La sequía global agrava las consecuencias del frío y la falta de luz. En China se describe una lluvia extraña, improductiva, de un polvo amarillo. En el imperio romano de oriente, en Bizancio, los sueños de restaurar un imperio romano que abarque todo el Mediterráneo están abocados al fracaso. Belisario, el glorioso general bizantino, ha llegado a Roma, y el Papa que desafía las órdenes del emperador Justiniano es destituido. Pero hay hambre, oscuridad y presagios de muerte en el aire.

Y, sin embargo, lo peor está por venir. La humanidad se enfrenta a un enemigo invisible que le someterá a un dolor inenarrable, a un calvario definitivo y cruel. Y todo comienza en el 536, en el patio de una casa en Raphta.

 

La niña es pequeña para saber que de su querida Raphta salen 50 toneladas anuales de marfil rumbo a Bizancio. Se matan 5.000 elefantes al año; no es de extrañar que más al norte, por Etiopía o Eritrea, de donde es su padre, los elefantes se hayan extinguido. Los cuernos de rinoceronte también son un producto de lujo. Pero la pequeña es ajena a todo y solo le preocupa una cosa: su mascota, un pequeño gerbillo, está enfermo. Ya no corretea en su jaula. Jadea. Vomita sangre.

 

Enormes volcanes estallan, se derrumban imperios y el hambre campa por doquier; un Papa díscolo muere de hambre y apaleado en una cárcel. Pero todo este espanto tenía solución hasta que un pequeño roedor cae enfermo en el patio de una casa de una ciudad del este de África… el mundo ya no será nunca el mismo. Este suceso doméstico, aparentemente sin importancia, acabará con el mundo antiguo y empujará a todo occidente a un periodo de 1.000 años de oscuridad y miedo.

El gerbilino está enfermo por una bacteria llamada Yersinia pestis, muy común pero restringida a estas zonas del este de África. Una pulga pica al roedor con aspecto de ratón y se contagia a su vez; pero en el 536 algo ha cambiado. Por vez primera hace frío en Raphta, y la pulga diminuta se convierte en un arma de destrucción masiva.

Las pulgas no son de sangre caliente, como el roedor, y son vulnerables a la temperatura ambiente. En Raphta la temperatura ha bajado de 27,5 °C., y algo sucede. Exactamente cuando se baja de esta temperatura la bacteria libera una enzima que provoca su rápida expansión en el estómago y el tracto digestivo de la pulga. La bacteria obstruye el intestino medio de la pulga, que no puede alimentarse. Esto hace que busque frenéticamente alimento, lo cual favorece a la expansión de la pandemia. La pulga infecta a otros gérbilinos, pero también a ratas negras. Y a humanos.

Es la primera epidemia de peste en la historia de la humanidad. La primera de muchas.

Pocos años más tarde las redes comerciales transportan la peste de África al imperio bizantino, muy debilitado por las hambrunas. El 25 % de la población, unos 50 millones de personas, muere. Las ciudades se despueblan, se abandonan los terrenos de cultivos por falta de mano de obra. Con el tiempo, la infección llegará a toda Europa y a Asia, y dejará un rastro de muerte durante siglos. La unificación del imperio romano será imposible. Habrá revueltas, se paralizan las actividades comerciales y el trasvase de cultura y conocimientos. Pueblos provenientes de Mongolia y pueblos eslavos invadirán y se instalarán en el este de Europa. En unos campos abandonados proliferarán plagas de langostas, como la que arrasó España en el 578 y devastó Toledo. Más hambre. Más muerte.

El mundo se vuelve muy pequeño. Los grandes caminos empedrados que unían todos los puntos del imperio romano caen en el olvido. El universo se reduce a un poblado, a una aldea, castillo o parroquia. En los púlpitos se dirá que tanto dolor es un castigo de Dios por nuestros pecados. Que la obediencia es la salvación. Todo rastro de pensamiento científico, de debate o espíritu crítico, desaparece. El mundo, antaño esférico, se vuelve plano. El dogma se afianza alimentándose del miedo. Solo en unos pocos reductos, en scriptoriums de monasterios, se resguarda el saber de siglos luminosos. En una Bizancio acorralada también se preserva la memoria del saber. Surgen nuevos idiomas, feudos y reinos.

Raphta cae en el olvido. Hoy ignoramos su ubicación exacta. Espero que la niña, de la que desconocemos el nombre, haya sobrevivido, y haya podido embarcarse en la búsqueda de las montañas de la luna. Pasarán mil años y esa necesidad de explorar, de conocer y preguntarse, germinará en un nuevo tiempo, en un renacimiento de calor y luz. Y descubriremos una cura para la peste que nos ha matado por cientos de millones.

Pero no olvidemos: en lo profundo del lago de Ilopango duerme un monstruo. Y nada es para siempre.

¿Lo oyen? Es su respiración.

Antonio Carrillo

lunes, 20 de marzo de 2023

El metro hecho de sueños

Una cuadrilla de trabajadores de la compañía Degnon Contracting está excavando una nueva línea de metro en el duro subsuelo de Nueva York. Son una amalgama de nacionalidades: italianos, irlandeses y otros muchos, mano de obra barata que lucha contra el esquisto y el resistente gneis que hoy hacen posible el bosque de rascacielos. Es el año 1912.
Se encuentran debajo de la calle Broadway, pero el trabajo se ha detenido. Han encontrado algo inesperado. Llaman al ingeniero. Hay un túnel muy extraño y un raro artefacto.
Tres hombres se adentran en la oquedad, y lo que ven resulta difícil de creer. Las lámparas de carburo iluminan un túnel perfectamente circular, y en él un vagón de madera con forma cilíndrica exquisitamente decorado, con lámparas de oxígeno y capacidad para 22 pasajeros. Era extraño, porque no había locomotora alguna que lo hiciese funcionar. Al ingeniero le vino a la memoria un cuento breve del escritor Julio Verne: “Un expreso del futuro”, de 1895, en el que se relata la experiencia de un viaje bajo el Atlántico a bordo de un ferrocarril sin locomotora, impulsado por energía neumática. Una obra de fantasía. Un imposible. Pero, ¿acaso no estaban viendo algo parecido? 

Al final del túnel vieron un andén, con la entrada del túnel flanqueada por dos estatuas gemelas de Mercurio, el dios mensajero con sandalias aladas. En lo alto se podía leer “PNEUMATIC (1870) TRANSIT”. No cabía dudas: ¡era un sistema de transporte neumático de hacía 40 años!
En una sala lateral se encontraron con la maquinaria que hacía posible tal hazaña: una bomba neumática de 100 caballos de vapor de potencia y seis metros y medio de altura, capaz de mover 9.000 metros cúbicos de aire por minuto. También vieron una enorme sala de espera, lujosamente decorada. Medía 40 metros de largo y estaba engalanada con cuadros, fuentes, dibujos, falsas ventanas y un gran piano. Todo seguía allí, en la oscuridad, testigos mudos de una proeza sin igual. Pero nadie recordaba este lugar. ¿Dónde estaban? ¿Qué estaban viendo? ¿Quién había construido algo así?
En la década del 1870 todas las grandes ciudades del mundo crecían con rapidez y había una necesidad imperiosa por mejorar el transporte público. El caballo como medio de transporte en superficie era lento, y resultaba muy poco higiénico por razones obvias. Londres había inaugurado su primer “metro” subterráneo en 1863, con unas locomotoras de vapor que quemaban fuel y condesaban su vapor en unos depósitos especiales. Sin embargo, era imposible evitar que la mayor parte del humo escapara y llegase a los viajeros. 

Años antes, en la década de 1860, se había dado a conocer una nueva invención: el correo neumático. A través de pequeños túneles se enviaban cápsulas con mensajes y pequeños paquetes. Empezaban a verse en comercios, entidades bancarias y organismos públicos. Las cápsulas recorrían grandes distancias en apenas unos pocos segundos.
Alfred Ely Beach, un inventor norteamericano, pensó que este sistema era limpio, seguro y eficaz; y que podía utilizarse en el transporte de personas. En una feria en Nueva York, en 1867, presentó su idea: un tubo de madera de 1.80 metros de diámetro y 30 de longitud, suspendido del techo, y en cuyo interior un vagón con capacidad para 10 asientos era disparado por aire a presión. El invento funcionaba.
Pero Beach se enfrentó con un poderoso adversario: William M. Tweed, terrateniente, político corrupto y empresario sin escrúpulos, con intereses en el mundo del ferrocarril, que se opuso a las ideas de Beach. Además, los comerciantes y propietarios de los edificios de la calle Broadway veían con preocupación que sus propiedades pudiesen sufrir daños por la perforación de túneles. Beach no consiguió el permiso para excavar su metro. 

Sin embargo, estaba decidido a construir su línea, y solicitó un nuevo permiso para construir un sistema de reparto de correo subterráneo parecido al de Londres. Eran dos túneles pequeños, de unos 145cm de diámetro, bajo la calle Broadway. Cuando consiguió el permiso solicitó una enmienda para simplificar el proyecto; en vez de dos túneles independientes construiría uno más grande. El cambio pasó desapercibido y la enmienda fue aprobada.
Beach alquiló un sótano de la tienda Devlin's Clothing Store, un almacén situado en el 260 de Broadway, y a escondidas empezó a perforar, por debajo de las tuberías y cloacas de Nueva York, un túnel profundo de 2.40 metros de diámetro. Había inventado el Beach Shield, un artefacto que trituraba la tierra por medio de piquetas conectadas a una bomba hidráulica, que anticipó a las tuneladoras modernas. Aprovechaba la oscuridad de la noche para sacar la tierra en sacos, que almacenaba en sótanos de edificios cercanos. No quería que nadie supiese de la magnitud de la obra.
Casi al final se filtró a la prensa la verdad de lo que estaba sucediendo, pero ya era tarde para detener a Beach, y el 1 de marzo de 1870 las autoridades pudieron hacer el primer viaje en el metro neumático de Nueva York. Los primeros pasajeros tomaban asiento bajo tierra y una fuerte ráfaga de aire propulsaba el vagón y le hacía recorrer unos cientos de metros. Cuando se aproximaba al final del túnel sus ruedas tocaban un cable telegráfico que hacía sonar una campana en la sala de la gran bomba neumática. El ingeniero movía las válvulas, y pasaba del modo “propulsor” a “estirador”, por lo que el vagón reducía su velocidad y se detenía suavemente. A los pocos instantes, la cápsula era “absorbida” de vuelta a su punto de origen. Eso era todo, un viaje de ida y vuelta bajo tierra. 

A los neoyorquinos les encantó. El viaje costaba 25 centavos, y en dos semanas se recaudaron 2.805 dólares. En su primer año de funcionamiento se contabilizaron 400.000 viajeros. Todo el mundo estaba entusiasmado, y Beach imaginó a miles de inversionistas invirtiendo en su Beach Pneumatic Transit Co. Me encanta el detalle del dibujo, con el querubín soplando las velas.
Por desgracia, estalló la Gran Depresión de 1873, la primera gran crisis del capitalismo, y el proyecto de Beach se quedó sin inversores. Intentó sobrevivir alquilando su túnel primero como galería de tiro, y luego como bodega. Pero no era suficiente para recuperar la inversión y acabó cerrando.
Alfred Ely Beach murió el 1 de enero en 1896 a la edad de 69 años. Dos años más tarde, en 1898, un incendio destruyó el edificio de los almacenes Devlin y borró todo rastro de la entrada al sótano y al andén de la estación. Y cayó el olvido.
Allí quedó el piano, los frescos de las paredes, el vagón y la maquinaria. Todos ellos hechos de ese material del que se forjan los sueños.

Antonio Carrillo