domingo, 13 de marzo de 2011

Una nota menos: la magia de Glenn Gould. 1ª parte





Glenn Gould y la variaciones Goldberg

En enero de 1955 el director de la firma CBS asistía a un recital de piano en Nueva York. El intérprete era un joven canadiense de 22 años, y el directivo quedó tan impresionado por su técnica que al día siguiente le propuso firmar un contrato.

El joven, que mostraba un comportamiento extravagante, eligió para su primera grabación una pieza inusual: "las variaciones Goldberg", de Bach.

Lo que sucedió durante la grabación forma parte de la historia de la música clásica del siglo XX. Con su interpretación furibunda, virtuosa y precisa, Glenn Gould recuperó a Bach de un olvido inexplicable y se asentó como uno de los mejores pianistas de la historia.

Bach es un autor difícil. No admite una interpretación demasiado emotiva; su música tiene la precisión de una demostración matemática. En sus partituras la música alcanza unos niveles de perfección técnica inigualables. Son auténticos tratados de armonía, en los que el contrapunto resulta preciso como el mecanismo de un reloj. Todo intento de imbuirle un espíritu romántico, melancólico, o, en definitiva, emocional, chirría frente a su exacta estructura formal.  Bach exige precisión, no intensidad emotiva.

Y, sin embargo, poca música resulta más turbadora que la de Bach. Estudiar la "Passacaglia y fuga en do menor" es como tener en la mano los planos de la catedral de la música, en palabras de Stokowski. Es perfecta, completa; en apenas 12 minutos se compendia todo lo que sabe sobre armonía. Pero, además, escucharla es una experiencia mágica, inigualable. En la versión orquestal que nos ofrece el propio Stokowski (inadecuada para cualquier purista, pero bellísima) la obra aturde por su belleza, por su coherencia. Procure escucharla en un ambiente sosegado, y prepárese para escuchar lo más parecido al susurro del cosmos; una y otra vez se repite, siempre igual, siempre distinta. Suena una melodía con el grave quejido de los violonchelos:




Recuerdo la definición del mal gusto, de lo kitsch, que Umberto Eco proponía en su libro "Apocalípticos e integrados": la prefabricación e imposición del efecto. Bach es todo lo contrario. No necesita añadidos ni remiendos emocionales; su perfección formal esconde un nivel de emotividad inexplicable.

Pero detengamos aquí nuestro relato. Es el año 1981 y un Gould envejecido ha vuelto al mismo estudio de grabación en Nueva York. Han pasado casi 30 años. Va a hacer algo sorprendente, inaudito en él: va a repetir la grabación de una obra. La primera que grabó. Las Goldberg. Y algo extrañísimo e inexplicable está a punto de suceder.

Se sienta, adopta su postura de siempre ante el piano, tan encorvado que casi toca el teclado, y suenan las dulces notas del Aria inicial. En esta ocasión, mucho más lentas. Y el universo entero se detiene a escuchar.

Algo va a suceder.


Antonio Carrillo Tundidor

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