lunes, 28 de marzo de 2011

Una nota menos: la magia de Glenn Gould. 2ª parte

Primera edición impresa de las Variaciones Goldberg

Glenn Gould y la variaciones Goldberg. 2ª parte


Sobre las Variaciones Goldberg se ha escrito mucho, y no siempre con acierto.

Nikolaus Forkel cuenta en su biografía de 1802 una anécdota sobre su origen: afirma que Bach las compuso para que su alumno Johann Gottlieb Goldberg las interpretase, con el fin de que el conde Hermann Carl von Keyserlingk, aquejado de un grave insomnio, pudiera dormir escuchándolas. Sin embargo, ni la obra está dedicada al conde, ni Goldberg podría haberla tocado a los 12 años, cuando se compuso.

La realidad es menos interesante; la obra llevaba por título "ejercicios para teclado", y forma parte de un conjunto de obras en las que Bach explora los límites del contrapunto y la armonía, a la vez que exige del intérprete una destreza pianística importante. Otra obra similar de Bach sería "El clave bien temperado".

También se ha escrito sobre las interpretaciones numerológicas de la obra. Toda la obra se estructura sobre el número 3: hay sucesiones de 3 variaciones que acaban siempre en un canon; es decir, con la imitación de una línea melódica a un intervalo fijo (variaciones 3, 6, 9, 12, 15, 18, 21, 24, 27, 30). Algunos hablan de una mención velada a la Santísima Trinidad (3). También es muy común que se vincule a Bach con intenciones y ritos masónicos, de manera que su música ocultaría cifrados mensajes inciertos e iniciáticos.

Con 20 hijos y una dedicación absoluta a la música, no creo que a Bach le quedara ni tiempo ni ganas de participar en cónclaves místicos y ocultistas. En su obra hay matemáticas porque es música. Porque la música es el sonido ordenado, como se ordenan las ramas de un árbol sobre la base del número phi. El solfeo tiene una estructura lógica semejante a la lógica simbólica aristotélica o a las matemáticas. Buscar una intención en ello es un ejercicio fútil.  

Inicio de la variación 20
La obra en sí guarda suficiente complejidad y belleza sin necesidad de buscarle un sentido más allá del puramente musical. Variaciones como la número 20, una tocata virtuosística, muestran la exigencia técnica que supone interpretar esta obra, en la que el cruce de manos es frecuente y se exige una interpretación clara, nítida, de ambas manos. En esto, Glenn Gould es una referencia inexcusable.


Y todo quedaría en una obra más de Bach, perfecta en su forma, bellísima en su musicalidad y enormemente exigente y compleja; pero las variaciones Goldberg esconden una perla en su interior: la variación 25.

La variación 25 es la tercera y última de las variaciones en Sol menor; en compás de ¾ está indicada en adagio. Es, con mucho, la variación más larga, aunque sólo tenga 32 compases. Y es extraña.

Para entenderlo en toda su intensidad es necesario escuchar la obra en su conjunto; de esta manera se percibe como un golpe su melancolía, su pasión. Su fuerza. Williams dice que “la belleza y oscura pasión de esta variación la convierten incuestionablemente en el punto emocionalmente más alto de toda la obra”. Y la pianista polaca Wanda Landowska le puso el apodo de “La perla negra”.

Gould habla de una fatigada cantinela, que supone un golpe psicológico maestro. Basta con ver la expresión de los intérpretes mientras la interpretan para darse cuenta de que están realmente transidos por una emoción irrefrenable. Y son unas pocas notas, una letanía en la que la mano derecha busca unas notas lejanas, inalcanzables. El piano mismo parece sollozar con su cadencia triste, agotada.

Pero, además, es una pieza atípica. ¿Cómo es posible que en el siglo XVIII un compositor se fuera tan claramente “de tono”? Hay ecos de Mahler en esta obra, en su leve indefinición tonal, apenas perceptible. Es una obra de otro tiempo, que debió extrañar a los intérpretes de su época.

Gould deja volar su mano derecha, la agita en el aire, se abstrae en la oscura belleza de la perla negra. Es un momento en el que el tiempo se detiene.






Antonio Carrillo Tundidor

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