martes, 18 de noviembre de 2014

Hablar en público.

Emilio Castelar, uno de los mejores oradores de la historia




Hablar expuesto ante un público es una circunstancia estresante que a todos nos afecta, aunque de distinta manera.

He conocido a prestigiosos profesores universitarios cuyas clases eran casi ininteligibles por su nervioso balbuceo; y a otros que se parapetaban tras una barricada de folios leídos, y no asomaban la cabeza en una hora. También he conocido a personas sin formación universitaria capaces de encandilar a un auditorio con una capacidad de improvisación y una espontaneidad admirables. Son personas que irradian seguridad, que se crecen ante un micrófono o un auditorio atento. 

Como en todo, hay trucos y consejos, y de ellos vamos a hablar. Pero, por desgracia, lo que no podemos en una reseña es transformar una personalidad retraída en osada, ni volver intrépido al apocado. En definitiva: siga estos consejos para salir airoso del trance, pero lo va a seguir pasando mal. Se lo digo por propia experiencia.


Empecemos por lo obvio: lo primero que tiene que hacer es preparase muy bien el tema sobre el que va a hablar. Sin embargo, memorizarlo palabra por palabra a menudo resulta contraproducente, porque se pierde espontaneidad, y uno está siempre expuesto a perder el hilo y no ser capaz de retomar la senda trillada que se había marcado En todo caso, y a no ser que el protocolo o las circunstancias se lo impidan, lleve el texto por escrito, por si se encuentra en dificultades.

Si no todo el texto, al menos sí conviene llevar siempre un guión básico que le permita controlar a modo de guía el tiempo y la deriva de su charla. En un formato de palabra más grande, subraye las cuestiones más importantes o complejas de las que va a hablar.

El tiempo importa. Ensaye el discurso (las veces que haga falta) y cronométrese. No se quede ni corto ni se pase de tiempo. En todo caso, ensaye algo tan importante como los silencios. Los mejores oradores no sólo saben cómo hablar; consiguen que sus silencios hablen.

El tono de voz debe ser grave. Un tono de voz agudo muestra nerviosismo, y acaba perturbando al auditorio. La razón es clara: percibimos los tonos agudos como una acometida ¿Acaso no ha percibido que el ruido de un coche que se acerca es agudo, mientras que nada más sobrepasarle se vuelve grave? Esto responde a una ley física, la ley del efecto Doppler, y justifica que los sonidos más agudos nos resulten agresivos, mientras los graves transmitan calma. Su voz debe ser grave, pero natural, no ampulosa. El volumen siempre lo suficientemente alto como para que se le escuche, pero nunca estridente. Hable despacio, vocalizando correctamente, pero huya de los ritmos cansinos y monótonos.

Y no olvide respirar de forma armonizada.

Procure ser ameno, pero no gracioso; imaginativo, pero no confuso; versado, pero no soberbio. Utilice las citas cuando esté justificado, pero nunca en demasía. No divague en exceso, puede perder al público en alguno de esos cerros de Úbeda argumentales. Siempre reconduzca la charla a unas pocas ideas básicas que quiera dejar claras. Muéstrese humilde y reconozca lo que no sabe: con ello se ganará la simpatía de los demás.

Procure no agitarse demasiado; sobre todo, evite los movimientos oscilatorios repetidos. Grábese en una cinta y reprodúzcala al doble de velocidad. Observará los movimientos que suele hacer mientras habla. Evítelos: resultan irritantes.

Y rece por contar con un público paciente y al que le interese lo que dice. Esto es bastante raro, ya que preferimos siempre oírnos a nosotros mismos que a los demás. Tendrá que encontrar algo que les interese.

La primera impresión es la que cuenta, y en una charla, clase o exposición, los 5 primeros minutos son los más importantes y difíciles. Si en ese tiempo ha salido airoso, lo más probable es que tenga un buen final.

Para poder sobrellevar estos aterradores primeros minutos, le voy a contar un truco. Cuando se haga el silencio en la sala, empiece con estas palabras:




Imagen sacada del blog sueños del papel




"En sus comienzos, cuando aún era un físico casi desconocido, Einstein recibió una invitación para dar una serie de 12 conferencias en distintas universidades de la costa este de EEUU. Acompañado siempre del mismo chófer, Einstein se desplazó, en un periplo de un mes, en un intento por desbrozar brevemente los fundamentos de la joven teoría de la relatividad.

Se dice que cuando estaban llegando a su última conferencia, el chófer, que había asistido a las 11 anteriores, le comentó a Einstein.

- ¿Sabe profesor? Esto que usted hace no me parece tan difícil. Yo mismo podría hacerlo.

- ¿Usted cree? - respondió Einstein herido en su orgullo – le propongo algo: como nadie conoce mi aspecto, cuando lleguemos diremos que usted es Einstein y yo el chófer; veremos entonces si es capaz o no de dar la conferencia.

Dicho y hecho. Cuando llegaron el chófer imitó el acento de Einstein y se presentó como el joven genio de la física. Y, en efecto, para sorpresa del auténtico Einstein, fue capaz de hablar durante media hora sobre la teoría de la relatividad.

Y aquí debería de haber acabado esta anécdota, si no fuese porque sucedió algo que no había pasado en las 11 veces anteriores. Nada más acabar de hablar el chófer, una mano se alzó entre el escaso público asistente.

- ¿Si? - preguntó el chófer - ¿desea algo?

- perdone profesor, pero si no he entendido mal, lo que quiere usted decir es que..... y entonces el asistente comenzó a preguntar cosas insólitas para el chófer, que no entendía ni una palabra.

Cuando el alumno acabó de formular su pregunta el chófer se quedó un instante callado; pero enseguida respondió.


- le ruego que me perdone, pero eso que usted ha preguntado es tan evidente, que voy a permitir a mi chófer (señaló a Einstein) que responda por mí."

Esta anécdota, casi seguro falsa, como muchas otras que se atribuyen a Einstein, le permite varias cosas:

·         Durante los primeros minutos, siempre los más difíciles, usted está contado una anécdota fácil de recordar. Cuando ha terminado, su garganta ya está caliente, se ha acomodado al espacio que debe ocupar, y ha mantenido la atención del público.
·         Un público que espera expectante lo que vendrá después. Usted ha demostrado originalidad e ingenio.
·         Aproveche para pedir a los asistentes que sean benevolentes con usted. Si acaso, pídales que piensen en usted como en el chófer, que no dispone de respuestas para todo. Esta muestra de humildad será bienvenida.

Es un truco para que los comienzos sean fluidos y fáciles para todos. Ya tiene al público en el bolsillo. Relájese y, en la medida de lo posible, disfrute. Su calma transmitirá confianza a través del lenguaje no verbal. Pida que lo interrumpan las veces que sean necesarias, ello le dará espontaneidad a la conferencia y le permitirá descansar. No se olvide de llevar agua, beba regularmente, y no pretenda ser quien no es. Muéstrese sencillo y amable.

Lo demás, es pan comido.

Ánimo.




Antonio Carrillo Tundidor

No hay comentarios:

Publicar un comentario