viernes, 15 de abril de 2011

El mejor traductor 2. Los peligros del bilingüismo.




El bilingüismo real es un fenómeno excepcional, que suele tener su fundamento en la existencia de dos progenitores con distinto idioma materno, o en el fenómeno del equilingüismo: la existencia de una región en la que se hablan indistintamente dos idiomas.

Una persona que ha aprendido un segundo idioma en una edad más adulta puede adquirir un dominio fabuloso de otra lengua, pero raramente será bilingüe. Siempre tendrá un idioma de referencia, en el que escribe, fantasea o sueña. Conocer en profundidad un idioma no implica asimilarlo a tu idioma materno. El idioma de la madre se aprende desde dentro del útero; se nace con una predisposición genética y ambiental a un tono, ritmo, fuerza y velocidad. Por eso los recién nacidos alemanes lloran de distinta manera que los franceses o japoneses. El idioma materno se aprehende con nanas y canciones, mientras se bebe la leche de la madre. Escuchando.

Una persona bilingüe no es traductor per se. Sin duda cuenta con un bagaje extremadamente valioso si quiere acabar siéndolo; pero cometería un error de bulto si lo confiara todo al dominio de ambos idiomas. Principalmente, porque el bilingüismo lleva implícito un inconveniente grave: la persona realmente bilingüe no suele ser consciente del idioma en el que habla. Están hasta tal punto imbricados los idiomas en su psique que su consciente no establece una distinción entre ambos.

El oficio de traducir consiste en “expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra” (RAE). En la Oficina de Interpretación de Lenguas, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, lo expresan de una manera bastante didáctica: “procura traducir un texto de tal manera que, si en el futuro tu trabajo se volviera a traducir al idioma original, el resultado fuese lo más similar posible”. Este aspecto es el más complicado en el mundo de la traducción, puesto que el idioma es reflejo de una cultura, de una manera de entender y expresar la realidad que, a menudo, difiere enormemente entre distintas lenguas.

En castellano distinguimos entre “ser” y “estar”; el primero hace referencia a la esencia del sujeto, lo identifica, mientras que “estar” define su estado, actual o permanente. La filosofía alemana ha profundizado en esta cuestión con obras como “Ser y Tiempo” de Heidegger; la francesa tiene en Sartre su máximo exponente de la corriente Existencialista (con su obra “El Ser y la Nada”), que trata de demostrar que “la existencia precede a la esencia”. En español la distinción entre “ser” y “existir” forma parte del inconsciente adquirido; la cuestión ontológica que plantea el “ser” la tenemos resuelta, en gran manera, gracias a nuestra lengua.

Sin embargo, la preocupación por el “ser” ha llevado a la lengua alemana a procurar definir los estados del ente (con palabras como el “dasein” de Heiddeger) y el problema de la alienación. Finalmente, Heiddeger llegó a decir que “el problema de la filosofía no es la verdad, sino el lenguaje”.

Una persona verdaderamente bilingüe en alemán y español se enfrenta entonces a un problema: tiene dos percepciones del “ser” muy distintas. Ortega y Gasset lo expresó con gran acierto: “quien domina absolutamente otro idioma, lo que adquiere es otra alma”. Esto es cierto, pero: ¿Cuál de las dos almas predominará a la hora de traducir? ¿Es posible que se dé un estado totalmente ambivalente, en el que se puede dominar el tránsito de una estructura de pensamiento germánica a otra mediterránea, y viceversa, sin que haya momentos de confusión?

Esto es extremadamente difícil. Las personas “fijamos” un idioma porque precisamente el idioma que en que hablamos y pensamos (y soñamos) nos define. Lo otro puede resultar esquizofrénico. Tenemos una necesidad ancestral por definirnos, por sentirnos parte de un grupo que comparte un mismo arquetipo simbólico. Somos íntima y ontológicamente gregarios. Un traductor lo que hace es trasladar un texto a su idioma materno, que es el que realmente domina. El resultado final le pertenece porque le pertenece a su clan, a sus iguales. Realiza un gran esfuerzo por interpretar la intenciones de una cultura que no es la suya pero que conoce bien, de manera que pueda compartir esta visión con su comunidad, haciéndola comprensible para los suyos.

Pero hay una dualidad. La traducción se sustenta en esta paradoja. El traductor tiene que conocer la cultura desde la que traduce, pero su labor fundamental es hacer el texto comprensible para su propia cultura. Siempre hay una leve labor de transformación, de acomodo. Por esto la traducción es un oficio, que se aprende tras muchos años de práctica.

Una persona bilingüe no es traductora. Para serlo tiene que trabajar duramente durante años. Tiene que ganárselo, como el resto.


Antonio carrillo Tundidor

3 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo contigo. Yo soy bilingue de francés y portugués, estudié con colegios franceses y durante las vacaciones iba a un colegio portugués para estudiar bien el portugués. Después hice mis estudios superiores y filología francesa, portuguesa y española. También soy traductora e intérprete de conferencias en estos tres idiomas.
    Cordiales saludos.
    Ema Pires

    ResponderEliminar
  2. Gracias por compartir esto, Antonio. Estoy completamente de acuerdo contigo y comparto este mismo punto de vista, desde hace muchos años.Yo también soy totalmente bilingüe (español e inglés) y me he criado, desde muy pequeña, con dos idiomas. Al igual que Bilquis, soy traductora e intérprete consecutiva en estos idiomas.
    Un cordial saludo.

    Mª del Pilar Älvarez

    ResponderEliminar
  3. Buenas tardes, he leído con mucho interés este post, es muy bueno.

    Sin embargo la primera parte me parece que se refiera a una parte de humanidad no tan grande como puede parecer. Me refiero a estas palabras: ''Una persona que ha aprendido un segundo idioma en una edad más adulta puede adquirir un dominio fabuloso de otra lengua, pero raramente será bilingüe. Siempre tendrá un idioma de referencia, en el que escribe, fantasea o sueña. Conocer en profundidad un idioma no implica asimilarlo a tu idioma materno. El idioma de la madre se aprende desde dentro del útero; se nace con una predisposición genética y ambiental a un tono, ritmo, fuerza y velocidad.''

    Muchas personas, yo incluida, hemos vivido nuestra niñez con dos abuelas de dos partes diferentes de un mismo país, que tenían inflexiones diferentes o hablaban dialectos diferentes y que luego no eran los idiomas que se aprendían a clases. En un segundo momento, muchos hemos viajado y vivido por años en países diferentes, donde hemos tenido hijos. Sólo uno de mis 3 hijos ha nacido en el mismo sitio donde ha sido concebido y donde se desarrolló el comienzo del embarazo, y ninguno de ellos ha vivido su infancia en dónde yo me crié, rodeado de gente de un solo país... y a ninguno de ellos he hablado principalmente en mi idioma natal. Nuestra situación puede parecer extraña, pero es bastante común.

    Imagino que a un niño chino que es adoptado a la edad de tres años por una pareja española y se críe en España quede muy poco de su instinto aprendido en el vientre materno, conforme pasen los años.

    Cuando me reunía con otros viajeros involuntarios (viajeros por motivos familiares) y todos éramos más jóvenes y charlábamos más sobre estas experiencias para saber como enfrentarlas, me acuerdo de que concordábamos en que alrededor del cuarto año de residencia en un país diferente empiezas a soñar en el nuevo idioma, cambia un poco tu carácter, entiendes el significado real de las palabras (el concepto de 'casa' o 'amigo' en España no es lo mismo que el de 'casa' o 'amigo' en el Caribe, aunque se escribe de la misma forma) y tu metabolismo se ajusta al nuevo clima. Y no hay vuelta atrás, nunca serás el de antes. Puede que vuelvas a tu país o que viajes a otro y te transformes un poco más, pero nunca más serás como antes.

    Recuerdo una madre suramericana que me decía que, tras vivir varios años en EEUU (ya había estudiado desde niña en colegios bilingües) había empezado a hablar a sus hijas instintivamente en inglés, pero a la hora de regañarlas le salía el español. Esto me hacía pensar que el idioma materno predominara en la relación madre-hijos, pero no fue lo mismo para mí. En mi caso, antes que nada me tuve que enterar de que todos los sentimientos fuertes (el amor filial, el enamoramiento, enfrentarse a una situación límite como una enfermedad o una guerrilla, etc.) dejan huellas muy profundas en el lenguaje, se asocian unos ruidos, sustos, risas, preocupaciones o olores al lenguaje que se usaba en aquel entonces con aquellos compañeros. Si mi segundo amor habla inglés pero mi primer amor era venezolano, instintivamente por mucho tiempo caeré en el 'error' de decir 'te amo', porque aprendí a amar en español (soy italiana y no soy traductora, aunque hice unas traducciones con mucha atención y tomándome tiempo). Yo puedo no haber aprendido a amar en mi idioma natal, cuando vivía en mi país natal a lo mejor ni siquiera tenía idea de lo que pudiese significar el enamoramiento. No fui madre en mi país natal, cuando fui madre mi carácter y mi idioma de los sueños nocturnos ya era otro.

    En fin, las familias más estables se reconocerán en las palabras de ese párrafo, en cuanto al idioma, pero el nomadismo es una condición humana muy antigua y muy común.

    ResponderEliminar