jueves, 7 de abril de 2011

La verdadera naturaleza humana. Primera parte: el enigma bonobo.




La verdadera naturaleza humana.

El enigma bonobo.



Los humanos, ¿somos buenos o malos por naturaleza?


Es una pregunta absurda, pues remitirnos a nuestra naturaleza implica imbuirnos en nuestra condición animal. Los animales no somos buenos ni malos; actuamos según nuestro instinto sin que pueda aducirse motivación moral alguna. Sólo el humano como individuo actúa en base a criterios éticos y valores culturales adquiridos. Hay individuos que hacen buenas y malas acciones.

Reformulemos entonces la pregunta. ¿Cuál es la verdadera naturaleza humana?

Aún ahora, la pregunta es difícil de responder. Los condicionantes ambientales, geográficos o los relativos a los recursos disponibles condicionan hasta tal punto nuestra entidad social que la respuesta más fidedigna sería "depende". Si tenemos alimentos, baja densidad demográfica y condiciones favorables somos de una manera; si tenemos que competir con otros clanes porque los recursos son escasos somos de otra. En ambos casos, somos y actuamos como humanos; lo que cambia son las circunstancias en las que vivimos.

Forcemos pues un poco más: en condiciones de vida idóneas, ¿cómo es la naturaleza humana?

Ahora sí: nuestra fisionomía nos ofrece algunas pistas. La hembra humana tiene la vagina en una posición extraña, más adelantada que ningún otro mamífero. Esto posibilita que en el coito las parejas puedan mirarse a los ojos y besarse. Pero además, esta disposición provoca que los nacimientos sean más peligrosos, y, por tanto, exige una mayor implicación de las otras hembras del clan en el momento del parto. La selección natural ha preferido primar el afecto y la sociabilidad sobre la seguridad durante el alumbramiento.  Curiosamente, los genitales humanos son proporcionalmente enormes si lo comparamos con los otros primates, y los pechos de las hembras humanas son también más grandes, sin que esto influya lo más mínimo en la lactancia; todo lo dicho sugiere la importancia que el contacto sexual tiene para nuestra especie, un significado que va más allá del puramente reproductivo. Practicamos el coito para reforzar nuestros lazos sociales. Y porque nos gusta.

No hay una gran diferencia de tamaño entre hembras y machos, y los machos no disponemos de unos caninos demasiado desarrollados. Parece que resolvemos nuestras diferencias compartiendo más que disputando. Otra característica fundamental del humano es el tamaño desmesurado del cerebro, que provoca de nuevo problemas en el parto. Como precisamos de un cerebro mucho mayor que el resto de los simios, los humanos nacemos antes de tiempo, desvalidos, y necesitados de la protección del clan. Para nacer con una madurez similar al chimpancé, el humano debería permanecer 18 meses en el seno materno; pero entonces su cerebro no podría pasar por el canal de parto. El cerebro se hace, en buena manera, tras el nacimiento: casi la totalidad de la sinapsis con la que nacemos resulta inadecuada, y se cambia durante los primeros meses de vida. A esta tarea hercúlea dedicamos el 80% de la energía que consumimos.

Todo lo anterior nos habla de una especie que precisa de la sociabilidad, de la empatía, generosa, altruista y amable. Nuestra fisonomía, en definitiva, nos ofrece pistas en el sentido de que nuestra naturaleza es social, igualitaria y pacífica.

Pero harían falta dos pruebas más. Por un lado, la etiología debería demostrarnos que la evolución seguida por nuestra especie va en esa dirección, y tiene un reflejo claro en las especies más cercanas. Por otro lado, la antropología debería mostrarnos pruebas de cómo actuaba el humano en su hábitat primigenio, y facilitarnos datos sobre culturas existentes que mantengan un modo de vida parejo al de los primeros humanos.


Los bonobos


Respecto de lo primero, tengo una sorpresa: los humanos no somos fundamentalmente homínidos, como se dice siempre, sino homininos. Esto significa que formamos parte de una rama propia en la que nos instalamos dos únicas especies muy cercanas: los homo y los pan (chimpancés). Por tanto, si queremos defender esta teoría del “optimismo antropológico”, deberíamos encontrar un refrendo en el comportamiento de nuestros primos cercanos, los "pan". Sin embargo, enseguida surgen dudas.

El chimpancé común es un animal social, que cuida de su prole y en el que se dan rasgos culturales muy primarios pero claros (utilizan herramientas y enseña a sus hijos a utilizarlas). Tienen un cierto grado de consciencia y no forman grupos con un único macho dominante que copula con las hembras. Pero son muy territoriales y agresivos. Los machos del clan organizan batidas en su hábitat para matar a otros machos solitarios. El macho se muestra dominador sobre la hembra, y en última instancia el instinto de supervivencia del individuo se impone al altruismo. Hay conflictos, tanto dentro del clan como con otros clanes. Todos estos datos nos hablan de una naturaleza territorial y agresiva del hominino.

Y así quedaría la cuestión, si no fuera por un enigma: el enigma bonobo.

A principios de siglo XX los zoológicos europeos empezaron a tener contacto con unos especímenes de chimpancé algo extraños. En concreto, el zoo de Ámsterdam expuso de 1911 a 1916 una curiosa hembra chimpancé, más pequeña, con un rostro más fino y distinta expresión. De alguna manera, parecía más humana.

 Unos años después, Harold Jefferson Coolidge y Ernst Schwarz se disputaron el descubrimiento del “pan panicus”, una nueva especie de chimpancé. ¿Cómo es posible que existiera una especie desconocida? Se explica porque durante los últimos 100 años los Pan panicus o bonobos han sobrevivido en selvas densas y pantanosas de una región relativamente pequeña de la República Democrática del Congo. No es una zona de fácil acceso, incluso hoy. La malaria y multitud de enfermedades esperan a los que se adentran en ellas, y los conflictos civiles hacen de la zona un lugar poco seguro.

"Bonobo. El mono olvidado". Este es el título de uno de los principales estudios publicados hasta la fecha, obra de  Frans de Waal, nombrado por la revista Times una de las 100 personas más influyentes del mundo. El autor afirma, tras estudiar a los bonobos, que “nuestras más nobles características - la generosidad, la amabilidad, el altruismo y la solidaridad- forman parte de la naturaleza humana, pues proceden de nuestro pasado animal”.

¿Qué tiene de especial esta especie? En primer lugar, los humanos que han convivido en la zona desde hace milenios se han negado a darles caza, pues los consideran casi humanos. De hecho, la palabra “bonobo” proviene de la palabra "ancestro" en un antiguo dialecto Bantú.







Los bonobos son pequeños, con caras afinadas, una frente más ancha, y suelen caminar largas distancias en posición bípeda. Transmiten una impresión más grácil que el chimpancé común: su cuerpo y cuello es más delgado, los hombros más estrechos, y las hembras tienen pechos algo prominentes, no planos como las hembras del chimpancé común. Tienen el pelo largo, labios rosados y una mirada distinta: más incisiva. Más centrada en lo que miran.

Por último, al igual que los humanos, los individuos bonobos tienen una apariencia muy distinta unos de otros, lo que afecta a la interacción social. Se reconocen y distinguen visualmente.

Pero si todo esto resulta fascinante, lo es más su carácter: los machos son más fuertes que las hembras, y tienen largos incisivos. Sin embargo, se rigen por una estructura matriarcal e igualitaria en la que no se concibe la violencia. Las hembras forman coaliciones inusitadas, en las que se cuidan unas de otras y mantienen tranquilos y sumisos a los machos.

Pero hay más. Brian Hare y Suzy Kwetuenda realizaron un descubrimiento que les dejó atónitos. Introdujeron a un bonobo hambriento en una habitación llena de comida. Desde donde estaba podía ver otra habitación en la que había otro bonobo. Antes de ponerse a comer, desatrancó la puerta de la habitación y compartió la comida con su congénere. Podía haber elegido comer tranquilamente aislado, pero prefirió la compañía de su semejante. Es más, según descubrimientos publicados en la revista “Current Biology”, los bonobos no se vuelven más egoístas con la edad, como sucede con el resto de los primates, incluidos los humanos.

Se comunican mediante sonidos, aunque no somos capaces de descifrar su lenguaje; pero también utilizan el lenguaje no verbal: expresiones en la cara, gestos con las manos o, como muestra un increíble vídeo de la BBC, la recriminación con la cabeza de una madre hacia su hija por jugar con la comida. Son capaces de controlar sus ritmos respiratorios, por lo que pueden tanto reír como gritar o gemir de placer durante el coito.

El sexo es fundamental para la sociedad bonoba. Lo utilizan como válvula de escape que libera momentos de tensión en el grupo. La sexualidad del bonobo sólo es comparable a la del humano, en variedad, frecuencia y significado.

Por cierto: se miran a la cara durante el coito.



Por último, este extraño animal, con su frente amplia, ha demostrado ser capaz de planificar acciones, de manera que usa herramientas para determinadas tareas, y luego se las lleva para utilizarlas en otra ocasión similar. Sería interesante estudiar el grado de desarrollo de sus lóbulos frontales.

Hace poco se quiso desvirtuar la imagen del bonobo como mono bueno, presentando imágenes de un clan bonobo cazando monos. En mi opinión, nada hay de extraño en este comportamiento: los bonobos son omnívoros, recolectan y cazan. Lo que jamás se ha visto es a un bonobo atacando a un semejante.

Pues bien, este animal todavía poco conocido, resulta que es fruto de una variación en el árbol “pan” hace sólo un millón de años. En definitiva: el chimpancé sociable, matriarcal y pacífico es la versión más evolucionada que conocemos de un hominino (aparte, claro está, del ser humano). Este hecho es muy significativo. Los bonobos viven en zonas de la selva que eligen expresamente de manera que un río los separe del resto de los chimpancés. No quieren mezclarse con ellos.


Termino. Nos queda encontrar una segunda prueba que aclare la naturaleza del hominino homo sapiens. La que aporta el estudio antropológico de nuestra especie desde sus orígenes.

Es algo que dejaremos para otra ocasión.


Antonio Carrillo Tundidor

2 comentarios:

  1. muy interesante el artículo aunque percibo algún aire de teleología en el planteamiento, lo cual no es malo pero limita una especulación basada en hechos. En el humano coincidieron cuatro características que le dan una enorme flexibilidad y proyección futura (razonamiento, pues): mano prencil, prefrontal pronunciado, aparato fonador amplio y tendencia a ser gregario y transmitir aprendizajes. Lo que hagamos con ello está parcialmente determinado por nuestra autocrítica...

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  2. Es posible que se perciba cierta teleología; al fin y al cabo, estamos en un primer acercamiento. Más adelante, la cosa toma otro cariz: en la segunda parte, por ejemplo, aporto una perspectiva más antropológica y cultural. También hago mención a ciertas particularidades fisiológicas.
    En otras entradas hago mención a la percepción del tiempo orgánico como elemento constitutivo de lo humano; de nuevo, en una evolución que me obliga a dividirlo en 4 artículos.
    Es imposible concretar sobre algo que ha motivado millones de páginas, y que sigue siendo objeto de controversia: ¿en qué momento, por ejemplo, podemos hablar de nacimiento de la consciencia? ¿Es factible la dualidad cartesiana en vista de los últimos descubrimientos en neurología? Acabo de publicar un artículo sobre la fisiología de la cloquea, y he incluído alguna mención sobre la compleja interconexión sináptica; pero tengo pendiente escribir sobre los lóbulos prefontales, que me parecen fundamentales para abordar el fenómeno humano....
    y ¿dónde acaba tanta pregunta? En una perspectiva holística de una complejidad que nos supera. Usted, por su formación y experiencia, seguramente esté más cerca de la respuesta. al resto nos queda especular, mostrarnos inquietos, y procurar no decir demasiadas tonterías
    Un saludo
    Antonio Carrillo

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