martes, 24 de mayo de 2011

El mejor traductor 4; el error. Perspectiva, razón última y recursos





En memoria de Carl Sagan, maestro de tantos.


Perspectiva: un punto azul pálido.


El 14 de febrero de 1990 la nave espacial Voyager 1 recibió un mensaje inaudito desde la Tierra. Debía girar sus cámaras y captar imágenes de lo que dejaba atrás, como una foto de despedida en su viaje sin retorno hacia el espacio exterior. La nave estaba ya muy lejos, a 6.000 millones de kilómetros de la Tierra; tan lejos, que las imágenes tardaron 5 horas y media en llegarnos a la velocidad de la luz.

Después de obedecer la orden y enviar la información requerida, la Vóyager 1 siguió imperturbable su viaje, a 65.000 kilómetros por hora. Hoy está abandonando las últimas fronteras del sistema solar. Sigue funcionando, alimentada por una pequeña batería nuclear. La persona que tuvo la idea de tomar las imágenes, Carl Sagan, falleció hace años: pero deja un legado inmenso, incluidas algunas fotos borrosas y una serie televisiva que descubrió la ciencia a toda una generación: Cosmos.



De todas las imágenes nos interesa una: en ella se ve un punto azul pálido. Es el planeta Tierra. Somos nosotros. En ese puntito apenas visible nació Mozart y se viaja en avión. Es un planeta parecido al resto desde la distancia; pero en su superficie se proyectan películas y se entregan traducciones. A menudo perfectas y, en ocasiones, con errores.




Es un punto azul pequeño, apenas perceptible. Nos vemos frágiles desde tan lejos, nos sentimos humildes y nos sabemos falibles. En esta leve mota azul que recorre el espacio alrededor de una estrella se hacen cosas mal a cada instante, día tras día; y absolutamente nadie está vacunado del error.

Les pido disculpas por haber subido tan lejos. Ya vuelvo. Es sólo que, a veces, es bueno encaramarse lo más alto posible para tener una perspectiva más amplia. Sub especie aeternitatis, decía Spinoza, criticando la costumbre que tenemos los humanos de considerarnos como un todo eterno, con los demás y el universo girando a nuestro alrededor. En realidad, viene a decir Spinoza, todos somos parte prescindible de un entramado tan complejo y sutil que haríamos bien en adoptar una actitud más humilde. Desde lo alto de un rascacielos no se distinguen individuos; somos todos como hormigas.

Hay otra manera de explicarlo: en un chiste de Mafalda, un niño tapa la Luna con su dedo. Otro le pregunta: "¿sabes por qué tu dedo parece más grande que la Luna?" "Pues claro", responde, "porque es MI dedo".


La razón última del error.

Supongamos que viviéramos en un mundo sin errores. ¡Perfecto!, podría pensar alguno. Pero, si no nos equivocáramos, ¿Cómo aprenderíamos?

Un mundo perfectamente armónico sería aburrido, y a la larga moriríamos anquilosados, sin estímulos. Sólo las especies dispuestas al cambio pueden afrontar el reto de adaptarse a un nuevo nicho biológico. Lao Tse lo expresa de forma soberbia: los débiles juncos que se pliegan pueden soportar la mayor de las tempestades, porque no oponen resistencia al viento más fuerte. Los árboles recios se quiebran. Un grado mínimo de estrés y adaptabilidad es necesario para avanzar como individuos y como especie. Nos equivocamos, lo volvemos a intentar, aprendemos, adquirimos destreza y acabamos enseñando a otros; pero el error estará siempre presente. Forma parte de nuestra naturaleza. Errar es humano.


Calipso y Odiseo por Burroughs


En el curso de su viaje, Odiseo recibe una propuesta de la fascinante Calipso: vivir a su lado en una isla paradisiaca, ser inmortal y siempre joven. Pero Odiseo, que ya lleva 7 años conviviendo con Calipso, rechaza tales tentaciones; es consciente de que esa vida perfecta sería irreal. Caer en la tentadora oferta de Calipso supondría sacrificar lo que constituye su verdadera meta: volver a casa y reencontrarse con su esposa, Penélope. Es el momento de que Odiseo continúe su viaje, y viva su propia e imperfecta vida como humano; se equivocará, fracasará y, a veces, vencerá. Pero para un mortal, buscar la perfección absoluta es siempre un desatino. Quien busque la infalibilidad total se condena a la penuria de fracasar desde un principio. Sólo quien conoce el miedo puede llamarse valiente. Sólo quien aprende de sus errores puede llamarse sabio.

Lo siento por tanto, querido cliente. Nadie puede garantizarle que no se cometerá un error con su encargo. Los malos abogados dan los casos por ganados antes de empezar. Los peores traductores son los que no reconocen jamás la posibilidad de un error.

Pero entonces, si el error es inevitable, ¿Cómo podemos minimizar sus efectos?



Recursos ante el error



ü  Fases: Para que se cometan los menos errores posibles, el traductor debe instaurar unas pautas de trabajo que debe cumplir en todo momento:

·         Recepción del trabajo. En esta fase, el traductor debe ser honesto consigo mismo, la agencia y los clientes. Debe comprometerse a unos plazos de entrega razonables, siempre con un margen suficiente de trabajo. Las prisas y el cansancio son aliadas del error.

·         Realización del trabajo. El traductor debe informarse de la terminología que utiliza el cliente, y conviene reservar un tiempo a la preparación del trabajo. Todos los encargos son distintos, porque no hay dos clientes iguales. Este tiempo que dedique a, por ejemplo, realizar un pequeño glosario con los términos más complicados, luego puede significar un importante ahorro de tiempo. 

·         Revisión. La fase fundamental. Siempre se cuelan gazapos de todo tipo; a menudo mecanográficos. Si confía en que el revisor del word haga esa tarea por usted, comete un gran error. Para que la revisión sea eficaz, es necesario que haya transcurrido al menos 24 horas sin haber leído el documento. Tiene que alejarlo de sí mismo, extrañarlo y verlo con nuevos ojos. Por desgracia, las urgencias en la entrega no siempre lo hacen posible.



ü  Departamento de revisión. A menudo las agencias tenemos un departamento dedicado única y exclusivamente a la revisión de los trabajos. Esta tarea se realiza justo antes de entregar el trabajo al cliente.

Si el corrector detecta un error, y no es un problema ortográfico, consulta con el traductor y le indica los fallos que ha encontrado.

Este proceso funciona con todos los traductores de la agencia, veteranos o jóvenes, puesto que todos están sujetos a la posibilidad del error. Es imprescindible un cierto grado de humildad del traductor en el caso de que se detecte un error, y no llevar la defensa de su traducción a límites que rocen el ridículo. Lo cierto es que a menudo el mundo de los traductores está repleto de egos sensibles a la crítica, y hay que andarse con pies de plomo cuando se critica el trabajo de un compañero. Pero no siempre estamos en posesión de la verdad, y tener una mente abierta y receptiva a los consejos es una manera inteligente de aprender. Incluso aunque se sea muy veterano ¿Quién me asegura que no pueda aprender de un joven?

ü  El traductor ante el cliente

Se cuenta una anécdota de Franco; alguien le preguntó si el coche oficial lo quería en la puerta anterior o posterior de palacio, a lo que el generalísimo contestó con un lacónico "si". Como nadie quiso aclarar el malentendido, optaron por situar dos coches en ambas salidas.

La infalibilidad no resulta rentable. Es preferible optar por un ambiente más relajado, en el que todos reconozcan la posibilidad del error, y sea posible optar por una solución de consenso.

Los clientes a menudo detectan errores, y protestan por ello. No entienden que la traducción es una actividad sujeta a errores, más si tenemos en cuenta que, a menudo, la disputa se debe a causas puramente de criterio, de optar por sinónimos. Es falso que el cliente siempre tenga la razón. El cliente no es traductor, pero a menudo se considera cualificado para emitir dictámenes. Yo nunca discutiría el diagnóstico de mi médico, pero cualquiera se cree capacitado para opinar sobre una traducción. ¡Cuántas veces nos habrán llegado traducciones hechas por clientes, solicitando un simple cotejo! En muchos casos había que rehacer la traducción por completo.

Puede suceder que la protesta esté justificada, o bien se base en criterios erróneos del cliente. En todo caso, el traductor se enfrenta a un mismo problema: el cliente no se muestra satisfecho, y es el que paga. Así de prosaico.

¿Cómo revertir esta situación? Tenga o no tenga razón el cliente, es necesario establecer un canal de diálogo amable para intentar solucionar el problema, aportando soluciones rápidas y fiables. Al fin y al cabo, la manera como resolvamos este problema condicionará el que vuelva a confiarnos sus trabajos. Hay que encontrar un punto medio entre el criterio profesional del traductor y las exigencias del cliente. En ocasiones, lo que pide el cliente resulta del todo imposible, especialmente en las traducciones juradas; pero incluso entonces el enfoque que adoptemos para afrontar la crisis posibilitará una salida airosa. Incluso aunque se haya cometido un error inexcusable es posible conservar la confianza de un cliente. Depende de cómo se le trate.

Lo explicaré con un ejemplo. En los años setenta un equipo de psicólogos de una universidad estadounidense realizó un estudio sobre el trato al cliente. Se reunieron con los responsables de sala de una biblioteca pública y les pidieron que durante todo el día cumplieran unas pocas instrucciones: no debían mirar a los ojos al usuario, ni sonreír. No debían ser descorteses; bastaba con que se mostraran ausentes. A la salida, el equipo de psicólogos realizó una batería de test a los usuarios que salían de la biblioteca. Eran frecuentes las quejas relativas al funcionamiento de la biblioteca: los asientos eran incómodos, la iluminación inadecuada y el servicio de préstamo de libros lento e ineficaz.

Al día siguiente, los empleados recibieron las siguientes instrucciones: debían mirar a los ojos de los usuarios y sonreír. Cuando se repitió el test, los problemas de funcionamiento habían desaparecido casi por completo. La sonrisa y la atención amable del empleado había tenido efectos sobre la iluminación, los asientos o el funcionamiento de la biblioteca.

La percepción que tenemos de los servicios recibidos está sujeta a condicionantes objetivos (rapidez y calidad), pero también a condicionantes subjetivos (trato recibido). Este segundo aspecto es tan importante que afecta al primero. Un mal servicio puede excusarse con un trato amable. Si usted se ha equivocado y su cliente está enfadado, escúchele, ofrézcale soluciones útiles y espere a que se le pase el primer enfado. Nada va a ganar si le responde de mala manera. Entrará en una espiral de descalificaciones que no puede sino perjudicarle.

Exponga sus criterios de una manera concisa y clara, proponga salidas al problema que respondan a las exigencias del cliente y demuestre calma y profesionalidad. Si se ha equivocado, dígalo. A los clientes les irrita la resistencia numantina a reconocer la propia culpa. Durante su mandato, el presidente Kennedy admitió algunos errores; después de ello, su popularidad subió a los niveles más altos.

Al final, es más probable que se imponga su criterio profesional como traductor si convence al cliente de que es un acuerdo consensuado. El ego del cliente puede ser un problema, o una oportunidad; depende de usted.



En definitiva: se va a equivocar. Asúmalo.

Pero, con usted, se equivocarán todos los demás. Sin excepción.


Antonio Carrillo Tundidor

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