jueves, 2 de junio de 2011

La verdadera naturaleza humana; tercera parte: Alteridad. y escucha

Imagen sacada de natxomorso


Prefacio

Cuando te inicias en la creación de un blog hay unas cuantas normas de obligado cumplimiento: "no escribas sobre demasiados temas, nunca divagues y, por encima de todo, sé conciso".

Pido humildes disculpas.

Sólo yo tengo la culpa de lo que sigue.




Introducción: el salto de un cigoto

No estamos solos. Existen los otros. A este fenómeno lo llamamos alteridad.

Kant lo denominaba "pensamiento ensanchado"; si existen los demás, debemos compartir la existencia con ellos, debemos comunicarnos. El conflicto es siempre una posibilidad, y será preciso que ejercitemos las habilidades sociales desde pequeños si queremos salir indemnes de esta interacción. Al fin y al cabo, durante muchos años dependemos de los adultos para sobrevivir. Por eso les sonreímos desde la cuna.

La comunicación entre la madre y su hijo comienza desde la misma fecundación; durante la travesía del cigoto por las Trompas de Falopio se produce un intercambio de información bioquímica entre la madre y ese cuerpo extraño. Gracias a este aprendizaje, cuando el cigoto llega al borde del enorme precipicio que es el útero dispone de instrucciones precisas sobre cómo y dónde caer, para así fijarse convenientemente. En el caso de las inseminaciones artificiales, este diálogo no se ha producido, y es preciso introducir varios embriones para que alguno prospere. Esta es la razón por la que son habituales los partos múltiples.


Nosotros mismos y las palomitas

Pero antes de analizar la experiencia de vivir eso que llamamos "los otros", diremos algo sobre la comunicación con nosotros mismos. Desde antes de nacer exploramos nuestro cuerpo, chupamos nuestros dedos, y los gemelos se tocan en el seno de la madre. Este masaje propioaceptivo nos ayuda a situarnos, a delimitar el alcance de lo que somos. Primero debemos saber hasta dónde llegamos para entender que fuera de "nosotros" están "los otros". Este primer reconocimiento de lo inmediato es el inicio de la amistad más importante y duradera que tendremos a lo largo de nuestra vida: el amor propio.

Tenemos que saber lo que somos para saber lo que queremos. El amor a los demás empieza por el amor a uno mismo.

Por cierto: debemos ser capaces de leer los mensajes que nos lleguen de nuestro propio cuerpo. Es interesante que el cuerpo hable, como afirma Antonio Damasio; y asombra que el cerebro esté tan atento a este diálogo. El cuerpo manda advertencias, y conviene interpretarlas convenientemente. De no ser así, hay una falta de cuidado, un des-cuido, que suele manifestarse en una falta de orden, de aseo, mental y físico. Un cuerpo abandonado denota una estructura mental deficiente. "mens sana in corpore sano"

Esto último me conduce a una reflexión: en ocasiones se nos conmina a buscar la paz interior por medio del ascetismo y la privación de estímulos sensoriales. Esto es típico de corrientes espirituales provenientes de oriente, en las que se impone una disciplina estricta que implica un abandono del deseo, lo que supone negar ciertos estímulos básicos como el sexo, la comida o la diversión. No acabo de entenderlo; posiblemente porque procedo de un ambiente cultural antagónico, que prima la sensualidad, la comida y la convivencia social. Estamos de acuerdo en que cualquier exceso resulta dañino, y que practicar un ejercicio de autocontrol sirve para llevar una existencia más libre, menos dependiente de las posesiones materiales. Pero una tortilla de patatas de vez en cuando, una noche de parranda con los amigos o una aventura intrascendente de juventud también forman parte de lo que somos. No siempre vamos a estar pendientes del colesterol; nuestro cerebro necesita alimentarse con una morcilla frita en barbacoa, acompañada de una cerveza bien fría y en un ambiente de risas absurdas.

El yoga es una práctica saludable, qué duda cabe; pero es necesario atiborrarse de palomitas en el cine la tarde de los sábados junto a nuestros hijos. Una cosa no quita la otra.


Los otros como míos y la matanza del cerdo


En fin; una vez descubiertos a nosotros mismos, vienen los demás, unos seres grandes y misteriosos que nos dan de comer y nos acarician. Hay alguien en concreto que me amamanta, y cuyo olor conozco. Incluso su tono de voz o el latido de su corazón me tranquilizan como por arte de magia. Mi primer contacto con el exterior es este ser maravilloso que me acurruca y ofrece protección. Los vínculos con ella durarán toda la vida.

Pertenezco a un clan, y aprendo los rudimentos que permiten que me relacione con los miembros de mi tribu. Aprendo la expresión no verbal, que en buena parte es innata; voy madurando mi sistema motor y consigo una libertad ambulatoria que me permite explorar el entorno más inmediato. Es mi primera aventura, gateando por la alfombra. Y con apenas tres años adquiero una habilidad que tiene mucho de magia: el lenguaje. Entonces tomo conciencia de algo importante: los otros son los míos. O, si se quiere, yo formo parte de los otros. Al menos de algunos de ellos, de los más cercanos.

De todas las herramientas que desarrollamos para relacionarnos y formar parte de un todo mayor que nosotros mismos, la más importante, con diferencia, es la escucha. Más incluso que el habla. Sólo escuchando se asimilan conceptos, estereotipos culturales y el lenguaje. Escuchar es un ejercicio de con-cordia; ponemos nuestra atención (nuestro corazón) en lo que alguien ajeno nos dice, y a menudo ello implica el que, de alguna manera, seamos capaces de ponernos en su lugar. Sentimos lo que esa persona siente. Esto, que hasta hace poco era una intuición propia de la psicología transpersonal, ha quedado demostrado con el descubrimiento de las neuronas espejo. Lo que los otros nos aportan lo asimilamos y lo hacemos nuestro. Desarrollamos algo tan intangible, etéreo e importante como la empatía.

Imagen sacada de larioja


Claro que para que este ejercicio de generosidad realmente dé frutos hace falta que esté dispuesto a escuchar. Resulta frustrante observar que, en general, las personas tienen una capacidad de escucha muy deficiente. ¿Usted no? ¿Está seguro? ¿Cuántas veces está hablando con alguien, y mientras aparenta escucharlo en realidad está pensando en su respuesta? ¿No le ha pasado nunca? ¿Le pasa a menudo? ¿Está deseando que el otro acabe para decir algo? ¿Pone toda su atención en los demás?

Puede que usted no se sienta escuchado. Tiene motivos para ello; son pocas las personas dispuestas a prestar atención, ejercitando lo que se denomina una "escucha activa". ¿Por qué es tan difícil? Porque escuchar implica respetar las opiniones de quien me habla, y supone un deseo de aprender del otro. En general, todos preferimos el sonido de nuestra propia voz, un diálogo de soliloquios estéril e innecesario. Hay talleres de psicología industrial que se dedican a ejercitar la facultad de escucha activa entre ejecutivos. Y se paga mucho dinero por aprender a escuchar. Resulta rentable.

Antes he dicho que formo parte de los "míos", pero este concepto dista mucho de ser simple. Hay factores culturales, geográficos, tecnológicos y económicos que afectan al alcance de lo que considero "míos". Hace sólo cien años las personas vivían en un ámbito geográfico que, en la mayoría de los casos, se circunscribía a unos 30 kilómetros, lo que una persona podía recorrer andando. Esto tenía sus ventajas; el sentimiento de identidad era más fuerte, nos sentíamos más seguros dentro de un ámbito territorial y cultural que abarcábamos. Había algunas normas de obligado cumplimiento, pero si te atenías a lo que eran los usos y costumbres tu vida cobraba sentido, y el tiempo transcurría al ritmo de las estaciones y los ritos de paso. Sabías, y esto es importante, lo que eras, lo que se esperaba de ti. Conocías los senderos, reales y metafóricos. Todo, tú mismo, estaba donde debía de estar.

Lo explicaré poniendo como ejemplo algo tan común en las zonas rurales como la matanza del cerdo. Seguro que logro sorprenderles.

Durante siglos la cuestión religiosa dominaba la esfera cultural y social. Tanto era así, que prácticamente te definías por tus creencias; y el confesar una religión distinta a la oficial podía causarte la muerte. La inquisición no podía tener sedes ni tribunales en todas las poblaciones, pero durante la contrarreforma se esmeró en localizar y exterminar todo foco de protestantismo en España, así como cualquier atisbo de confesión judía o musulmana. Al fin y al cabo, buena parte de la península acababa de ser musulmana durante siete siglos.

Para localizar la mayor cantidad posible de falsos católicos, la inquisición instauró una práctica terrible; una caravana compuesta por inquisidores y soldados recorría las poblaciones, en la búsqueda de herejes a los que descubrir. Días antes, se colgaba un cartel en la puerta de la iglesia advirtiendo de su próxima llegada, y notificaban que toda la población debía presentarse ante el inquisidor, y denunciar cualquier comportamiento sospechoso de un vecino, como un indicio de que se practicaba la brujería o se observaban los ritos judíos o musulmanes en la intimidad. Como se ve, todo muy edificante. Por supuesto, esto hizo posible que rencillas vecinales se resolvieran con falsas denuncias.

Una manera que tenían los vecinos para demostrar que eran cristianos, aparte de acudir periódicamente a la iglesia, era comer carne de cerdo, prohibida para los musulmanes y judíos. Pero no bastaba con comerla; había que hacer una demostración pública de su consumo. Cuando una familia mataba a su cerdo organizaba una fiesta a la que invitaba a los vecinos. Era una manera simple y directa de manifestar su catolicismo: la familia comía carne de un animal considerado impuro por otras confesiones. "Como cerdo: soy de los vuestros, no de los otros".


Los otros: mormones negros

"Los otros" no comparten una identidad cultural. Ostentan una representación distinta de la realidad, hasta el punto de que nos sentimos "esencialmente" diferentes. A menudo, esta diferencia se manifiesta en cuestiones que tienen que ver con el fenotipo, y que por tanto señalan una herencia genética distinta. El mejor ejemplo es el color de la piel.


Imagen sacada de filosofando


Una mayoría de los antropólogos defienden la teoría de que no hay razas en la especie humana. Somos genéticamente idénticos; pero por cuestiones de adaptación al medio hemos ido estableciendo diferencias en la manera como se manifiesta el genotipo. A estas diferencias se les llama "clinas". Por ejemplo, un esquimal es más bien pequeño y robusto, porque la esfera es la mejor manera de mantener el calor; sin embargo, en la sabana africana los humanos son delgados y altos, para poder disipar mejor las altas temperaturas. Las diferencias a las que hacemos referencia son sólo adaptaciones físicas al clima; las distinciones en socialización, creencias o valores tienen, sin embargo, un origen cultural.

La palabra "casta" proviene del sánscrito, y significa color. Es bastante corriente que se establezcan jerarquías sobre la base del color de la piel. Un ejemplo paradigmático es el de los afroamericanos en Estados Unidos.

Sacada de laclasemata


A principios del siglo XX, y aprovechando el reclutamiento de jóvenes para luchar en la I Guerra Mundial, en la localidad de Vineland, New Jersey, se llevó a cabo un gran experimento social: por primera vez se realizaron cientos de miles de  test de inteligencia. El resultado final dejó perplejos a los investigadores: la edad mental del norteamericano medio era de sólo 14 años. La de un adolescente.

Como había que dar una explicación a un nivel tan bajo, se optó por echarle la culpa a los negros y emigrantes, cuya mezcolanza con los pioneros anglosajones blancos había supuesto que la edad mental de la media bajara enormemente. Esta explicación justificó el segregacionismo durante las décadas posteriores. Los negros estaban contaminando la sociedad de primitivismo y estupidez.

¿Hace cuánto de todo esto? El líder de los mormones tuvo una revelación proveniente de Dios: los hombres negros podían ser sacerdotes. Esta revelación no llegó hasta 1978. El mismo año en el que se permitió el voto de la mujer en algunos cantones de la civilizada Suiza. La segregación y el racismo sigue siendo una realidad sociológica inexcusable en prácticamente todas las sociedades con convivencia multirracial.

También se establece una distinción entre nosotros y ellos sobre la base de una creencia, identidad nacional, orientación sexual o género. En África se produjo un fenómeno asombroso al finalizar la II Guerra Mundial. Muchos hombres negros de colonias europeas intervinieron en el conflicto. Como no había uniformes para todos, la gran potencia económica, Estados Unidos, les suministró uniformes de soldado norteamericano. Cuando la contienda llegó a su fin, tuvieron que devolverlos; y hubo auténticos disturbios.

Esos hombres, vestidos con sus uniformes norteamericanos, asumieron por un tiempo la identidad estadounidense; vivieron la sensación de ser otros. Su piel era negra, cierto, pero "disfrazados" de soldados se sentían como sujetos de otra categoría, pertenecientes al primer mundo.

¿Se les puede culpar por ello? La identidad, la cultura africana, acababa de pasar por el vergonzoso trauma de la colonización europea.


Los otros como objeto: cosas que hablan

Precisamente en África se han producido fenómenos de lucha entre etnias que han desembocado en autenticas matanzas. También la religión ha sido causa de frecuentes guerras civiles. Y, sin embargo, si se profundiza en los fenómenos descritos se observa una constante: la lucha suele tener como fundamento la disputa de unos bienes materiales escasos, y a menudo está condicionada por los métodos de producción. En concreto, son muchas las matanzas que han tenido como protagonistas a ganaderos y agricultores.

"El otro" se convierte en enemigo irreconciliable cuando, por razones climáticas o demográficas, sobreviene una etapa de escasez de recursos. La falta de comida convierte al otro en enemigo. Y el ejemplo lo tenemos en casa.

En las elecciones locales y regionales, celebradas en España hace 10 días, un partido xenófobo de extrema derecha acaba de conseguir un concejal en la segunda ciudad más grande de Madrid. No engañaban a nadie: sus lemas, que llenaban las calles, eran "ni uno más" y "los españoles primero". Es un fenómeno conocido; en época de crisis los partidos situados fuera del sistema se alimentan del miedo y escarban en los sentimientos más primarios de una población confusa y asustada. Vivimos en un primer mundo de acogida; curiosa palabra "a-cogida": los que vienen no forman parte del nosotros sino provisionalmente, mientras resulten útiles. Después, serán un estorbo, un foco de delincuencia, unos elementos distorsionadores de la paz social que no se adaptan a nuestras costumbres.

Parece mentira que la humanidad esté repitiendo el fenómeno de Weimar. El auge de la ultraderecha se está asentando en países de tradición socialdemócrata y avances sociales y fuerte civismo, como los nórdicos.

Nos tocan vivir tiempos oscuros. Tony Judt lo predijo.




Hay instintos muy primarios que se activan en estos casos. Uno de ellos es el de la territorialidad. Tenemos un ejemplo extremo en El Salvador, y la lucha de bandas rivales en las calles, un problema de tal gravedad que ha provocado la intervención del ejército. Estos individuos no nombran a sus rivales; son "los otros". Ha sido necesario habilitar cárceles para cada bando, porque la violencia llegaba a tales extremos
que se jugaba al fútbol en el patio con la cabeza de un rival decapitado. De hecho, es común que sean los propios dirigentes de las bandas los que regulen las normas dentro de la prisión. Cada banda tiene su barrio, su territorio; y su cárcel.

¿Por qué no se le pone nombre al otro? Es un recurso que permite pasar de "otro" a "enemigo" y, finalmente, "objeto". No es sólo que se niegue al extraño el derecho a ocupar un mismo entorno; ni tan siquiera se le reconoce su humanidad. No merecen formar parte de nuestra especie. Se los mata como se mata a un animal. Así actuaba Himmler.

En el mundo antiguo la esclavitud era un fenómeno cotidiano. Para poder justificar el horror de poseer a otro ser humano los romanos, siempre prácticos, distinguieron entre tres tipos de posesiones: las "cosas mudas", como un arcón, las "cosas semi-mudas", como un buey, y las "cosas que hablan", los esclavos. Cosas, objetos que se podían poseer, explotar, violentar o matar. Muy pocas voces de la época se alzaron contra este fenómeno que sustentaba la economía.

Ahora bien, no es necesario retroceder 2.000 años para presenciar este fenómeno de horror y dominio. Considerar al otro como objeto es más común de lo que quisiéramos creer. En mayo de 2010, un ministro palestino afirmó que los judíos no son personas. Los nazis establecieron una pirámide racial en la que los latinos ocupábamos la base más degradada; pero al menos tuvieron la "gentileza" de considerarnos humanos. Los judíos o gitanos no lo eran.

Permítanme que insista: este peligro se cierne sobre todos nosotros en estos tiempos de escasez; y conviene estar atentos a los mensajes populistas de cartón-piedra. Nadie es inocente, ni puede hacer como si no lo viera. Vivimos tiempos convulsos en los que urge tomar partido por la dignidad del hombre. Sin matices.


Los otros de los otros: Cenicienta y el zapato de cristal.


Porque, al fin y al cabo, ¿no se ha parado a pensar que usted es "el otro de los otros"? Ellos tampoco entienden nuestras costumbres, y les debemos parecer extraños. Hasta ahora en Occidente hemos marcado el paso de la historia, pero, ¿y si cambian las tornas? ¿Y si el futuro pertenece al Oriente?

Por de pronto, y por si eso llega a suceder, tengo un mensaje tranquilizador: no somos tan distintos. O, si se quiere, ya llevan con nosotros desde siempre. ¿Quiere un ejemplo? Igual le sorprende:

Cenicienta sale huyendo del palacio porque suenan las doce. En su frenética huída se le cae un zapato de cristal. El príncipe, un enamorado enfermizo al que han bastado dos horas de baile, se dedica frenético a buscar por el reino a la mujer que conoció en la fiesta, y lo hace llevando en cojín de seda rojo el delicado zapato de cristal. Cientos de mujeres se lo prueban, pero sólo a una le queda bien; a nuestra deliciosa Cenicienta.

¿No les llama la atención que un zapato pase por cientos de mujeres sin que a ninguna le valga? ¿De qué talla de pie estamos hablando? No de un 36 ó 37, sin duda. El cuento nos ofrece una pista: el zapato es extremadamente pequeño.

En la cultura de Oriente se considera hermoso un pie de mujer pequeño. Y sí, querido - y a estas alturas paciente - lector, lo ha adivinado. La cenicienta es un cuento infantil que proviene de China. ¿Sorprendido? La imprenta, el papel, la seda, los cometas, la brújula, la pólvora, la porcelana, el ábaco, los periódicos, las oposiciones y las academias, arados de hierro, sal, té, los naipes, el molino de agua, la llave, la herradura, el cepillo de dientes, el paraguas, el reloj mecánico... son todos inventos chinos. ¿Cómo llegaron a Occidente?

Hubo dos grandes corrientes migratorias y comerciales, la primera en el siglo V a.C., corresponde a lo que Jünger denominó la "Era Axial". Fue un momento único, pues convivieron casi en el mismo momento histórico Buda, Confucio, Zoroastro y Sócrates. Hubo un mercadeo desde Oriente, que, entre otros muchos productos, supuso la llegada a Europa del sarampión. Otra gran corriente migratoria se localiza a principios del siglo XIV. Esta apertura trajo como amigo no deseado la peste negra, que asoló Europa, matando a un tercio de sus habitantes.

La Peste Negra fue un acto de terrorismo biológico premeditado. Las fuerzas mongolas, aliadas con la ciudad de Venecia, asediaron la ciudad enemiga de Génova. Ante la imposibilidad de tomarla por la fuerza, abandonaron el empeño, no sin antes arrojar a sus muertos de peste asiática al interior de la ciudad. Un barco genovés que huía del horror recabó en Marsella, y la peste se extendió sin remedio por toda Europa.

Es curioso cómo en la historia los hechos se concatenan formando tramas complejas. La asociación entre mongoles (conquistadores de China gracias a Genghis Kahn) y venecianos supuso el fin del régimen feudal, que resultaba insostenible con una merma tan importante de la población; los campesinos se quitaron el yugo de sus señores y decidieron buscar fortuna en las ciudades. Surgieron los gremios, las universidades, las naciones...

¿Le parece exagerado lo que digo? En el año 2.000 Naciones Unida reunió a un comité de expertos de todo el mundo para que contestaran a la pregunta siguiente: ¿Cuál ha sido el personaje más importante del segundo milenio?

Si yo hubiese tenido que apostar por una respuesta, creo que habría dicho Darwin. Aunque también estaban en mi lista nombres como Colón, Lutero, Newton, Santo Tomás de Aquino, Kant, Leonardo da Vinci, Einstein, Napoleón, Freud, Erasmo, Fleming... pero jamás hubiese acertado el nombre que resultó finalmente elegido: Genghis Kahn.




Posiblemente mi error consista en obcecarme en un eurocentrismo insoportable. El imperio conquistado por Genghis Kahn abarcaba desde el extremo oriental de China hasta las mismas puertas de Viena. En parte gracias a él, Oriente y Occidente se encontraron; y pudo haber un trasvase de información que ayudó a cimentar la edad moderna.


Sacado de biografiasyvida


La pregunta es: Genghis Kahn, ¿es de "los míos", o de "los otros"? La respuesta más inteligente quizá sea que alguien así es siempre de "los nuestros", nazca donde nazca. Hay personas, acontecimientos o logros que son patrimonio de la humanidad. Cuando los norteamericanos colocaron su bandera sobre la superficie lunar, era la humanidad entera la que había alcanzado ese logro.

Creo que es hora de acabar. Oigo bostezos


Epílogo: Odiseo en el Hades.


Odiseo desciende al hades siguiendo las indicaciones de Circe. Lo que se encuentra es un lugar brumoso, en el que apenas se distinguen las sombras. Pero, sobre todo, destaca un rumor constante de voces, todas hablando a la vez. Nadie escucha al otro, sólo hablan sin fin.



Eso es el infierno. La falta de escucha. Una eternidad de ruido de palabras. El infierno es un lugar donde todos acaban siendo "los otros", y uno no puede oírse ni a sí mismo. Allí, en este páramo de sombras, el héroe Aquiles le confiesa a Odiseo estas terribles palabras:

“Preferiría ser el más pobre y sucio de los rudos campesinos que se revuelcan en los estercoleros sobre la tierra, que ser el gran rey Aquiles en este mundo de sombras subterráneas"





Imagen de Daniel Díaz



Nada hay peor que el infierno de la soledad sonora.

Recordémoslo, ahora. Mientras sigamos vivos.

Estamos a tiempo de escuchar.



Antonio Carrillo

2 comentarios:

  1. Hola Antonio,
    Tu blog es de los pocos que sigo. Muchas gracias por compartir tus reflexiones.
    A mí también me preocupa mucho el auge de la extrema derecha en Europa.
    Ahora mismo me encuentro precisamente en el Oriente, en el Sudeste asiático. Estoy contigo en que, pese a diferencias raciales y culturales, no somos para nada tan diferentes los "unos" de los "otros."
    En cuanto a la herencia china, a algunos ignorantes deberían recordárselo: hay por ahí un video en Youtube sobre un profesor de economía muy ignorante pero con muchas ganas de levantar animosidad entre los españoles, que habla de la supuesta "economía parasitaria china."
    Me inquietó bastante el video, no solo por la estupidez de sus argumentos, sino por el hecho de que me recordaba a los argumentos que Hitler machacó en las mentes alemanas para alimentar el antisemitismo.
    Finalmente una duda: toda la herencia cultural china ¿Seguro que solo provino de la era de Genghis Khan y el siglo V a.C.? No se mucho de historia, pero tenía entendido los árabes tuvieron contacto con los chinos y fueron ellos los que trajeron algunos de sus adelantos a Europa. También pensaba que Marco Polo había tenido algo que ver. Como ves, me falta algo de entendimiento de la historia antigua. El problema es que es tan fascinante como inmensa en espacio y tiempo.
    Por ahora estoy más bien enfrascada en una biografía, ventana de otra época, pero perteneciente a la era contemporánea. Pronto hablaré de ello en mi blog. Saludos
    Raquel Rodriguez
    http://traduccionparaeldesarrollo.blogspot.com

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  2. Gracias por tu aportación Raquel. Es muy interesante.

    En realidad, el trasvase de información y productos entre Oriente y Occidente es constante desde la prehistoria. Las momias de hombres rubios en Tarim Basim nos hablan de pobladores occidentales hace 2.000 años; pero es que los ejemplos son incontables. La naranja es un fruto que procede de China y la India. El arroz, posiblemente el alimento más importante que existe, se descubrió hace 7.000 años en China.
    Occidentales ayudaron a la consolidación del primer imperio chino, e inventos chinos cambiaron la faz de la Tierra. De lo que hablo es de dos grandes migraciones; Per. Hay mucho más

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