lunes, 17 de octubre de 2011

El exilio interno.






La vida, como la lluvia, casi siempre sucede en el pasado; esto es algo bien sabido por los ancianos. Y por ello es tan incomprensible.

Los sabios y poetas pretenden, desde las alturas de sus libros, o alzados al vértigo de las más altas nubes, aportar una perspectiva más amplia. Pero el sentido de la vida siempre se escurre de entre los dedos; también en los lugares más lentos, como los velatorios, o en las noches desveladas por la respiración de un hijo enfermo.

La vida está hecha de cosas sencillas, salvo si se sufre una guerra. O el hambre. Y acaba antes de tiempo; antes de que hayamos podido llegar a entendernos. A perdonarnos. Malvivimos una existencia ajena, entre-tenidos. El ahora nos rinde cuentas a final, cuando ya es tarde. "¿Dónde anduviste toda la vida? Te estuve esperando".

Machado propone una prueba:


Poned sobre los campos
un carbonero, un sabio y un poeta.
Veréis cómo el poeta admira y calla,
el sabio mira y piensa
Seguramente, el carbonero busca
las moras o las setas.

Llevadlos al teatro,
y sólo el carbonero no bosteza.

Quien prefiere lo vivo a lo pintado
es el hombre que piensa, canta o sueña.

El carbonero tiene
llena de fantasías la cabeza.



Acaso convenga vivir ligeros de equipaje, como ligero caminó Machado hacia el exilio. Ser como la brisa, que ni tan siquiera los prejuicios pesen. Ser sencillos en lo posible, como un arbusto de romero:


Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.


León Felipe lo vivió en sus carnes, también lejos de casa; en una ausencia permanente del cielo que se ha visto de niño. Porque todos los cielos son distintos.

Por eso, insiste:


Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.

Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.


Porque esta sencillez nadie te la puede arrebatar. La vida transcurre en el pasado, y todo lo que te rodea está usado. ¿Alguna vez ha pisado un pedazo de tierra que no haya sido hollado antes por humano alguno? Esta perspectiva cuesta entenderla en estos tiempos frenéticos, de inmediatez y caducidad. Hay una voz alemana, la de Brecht, otra voz rota por el exilio, que se acuerda con ternura de algo intrascendente:


De todos los objetos, los que más amo
son los usados.

Las perolas de cobre con abolladuras y los bordes achatados,
los cuchillos y tenedores con sus mangos de madera
desgastados por tantas manos: tales formas
me parecen las más nobles. Las losas de piedra
alrededor de las casas viejas,
pulidas por el paso de tantos pies
y entre las que crecen mechones de hierba,
también son objetos felices.

Puestos al servicio de los muchos,
a menudo alterados, han ido perfeccionando su figura y se han vuelto
preciosos
de tanto como han sido apreciados.

Amo incluso los fragmentos de esculturas
con sus manos cortadas. También ellas
vivieron para mí. Si cayeron fue porque fueron trasladadas.
Si las derribaron, fue porque no estuvieron demasiado altas.
Los edificios medio en ruinas
tienen de nuevo el aspecto de grandiosos proyectos
aún inacabados: sus bellas proporciones
ya se adivinan, aunque aún precisen
de nuestra comprensión. Además,
ya sirvieron, sí, tras cumplir su cometido.

Todo esto
me hace feliz.


No hemos dicho nada nuevo, que no supiera. Lo sabemos. Leer estas frases puede haber sido una pérdida de tiempo. No nos apetecía (no hemos sabido) ser originales.

Habrá ocasiones, muchas, para la sorpresa y la inventiva.

Pero tocaba ser romero.

Sólo romero.


Antonio Carrillo




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