jueves, 25 de septiembre de 2014

Fotografías gratis y libres de Oscos, Asturias




A continuación, facilito un enlace a una página en la que encontrarán más de cien fotografías de Oscos, Asturias:


Fotografías gratis de Oscos, Asturias

Son de libre acceso y uso. Tan sólo ruego que se me cite como autor.

Espero que las disfruten tanto como yo haciéndolas

Antonio Carrillo

El primer periódico.

 
Imagen de Roma en:




El primer periódico de la historia.


Para dilucidar la fecha en que nació el primer periódico de la historia, primero sería necesario convenir lo que se entiende por “periódico”.

Esta cuestión, que hubiese sonado extraña hace sólo 20 años, es hoy pertinente, pues los formatos y tiempos del periodismo escrito han sufrido una convulsión enorme. ¿Es necesario el papel como elemento distintivo del periódico? ¿El periódico mantiene una vigencia de 24 horas? ¿Ha entrado el periódico en competencia con los medios de la inmediatez, como la radio y la televisión? ¿Tiene algún futuro la forma "artículo", como análisis en profundidad y fundamentado de la noticia; o estamos abocados a un periodismo sólo de titulares? ¿El periódico es por definición objeto de la iniciativa privada?
Si somos ortodoxos, y es preciso el formato de papel y un empresario privado que arriesgue su dinero, entonces nuestra historia comienza en 1450, con la invención de la imprenta de tipos móviles de plomo por Johann Gutenberg. Fue un momento crucial para la historia de la humanidad, que posiblemente significó el tránsito a la Edad Moderna. Sus efectos fueron devastadores para quienes pretendían tener el monopolio de la opinión o la doctrina: en 1502, el papa Alejandro VI se ve obligado a exigir que toda fuente escrita tenga que pasar por la censura o visto bueno de la autoridad eclesiástica. Pero se ha iniciado una revolución que será imparable. La expresión escrita irrumpe en Europa.

Es precisamente el Gutenberg Museum, de Mainz, el que sitúa en Estrasburgo el primer periódico, en junio de 1605. Al parecer, Johann Carolus era un joven que se dedicaba a distribuir entre sus vecinos una hoja escrita a mano sobre noticias estrictamente locales. En 1605 decidió comprar una imprenta, con la que pudo realizar muchos más ejemplares y bajar el coste. Había nacido el "Relation aller Fürnemmen und gedenckwürdigen Historien".

Su primacía es discutida; En concreto, en 1582, durante la Dinastia Ming, tenemos referencias sobre publicaciones de periódicos en Pekín. En Alemania se fundaron periódicos como el "Dutch Courante uyt Italien, Duytslandt, & company", supuestamente en 1618; e incluso antes, en 1615, he encontrado referencias al "Die Frankfurter Oberpostnants Zeitung". En general son opiniones poco contrastadas, y que observo con reservas.

Sí que parece seguro el nacimiento del primer periódico inglés en 1622, el "Weekley News of London". Como curiosidad, el periódico más viejo que aún existe es el “Post-och Inrikes Tidningar” de Suecia, fundado en 1645.

Antes de estas fechas, las noticias que tenemos de publicaciones suelen estar ligadas a una labor propagandística del poder político. En 1556 nace en Venecia el “Notizie Scritte”, publicado por el gobierno, y su abono se realizaba con una pequeña moneda local llamada gazetta. (Del nombre de esta moneda luego quedaría para la posteridad la palabra gaceta).

Está acreditado que entre los años 713 y 734 de la dinastía Tang se publicó el "Kai Yuan Za Bao". Escrito a mano sobre seda y leído por oficiales del gobierno, ofrecía noticias relativas al gobierno de la nación. Mucho antes, en los siglos I y II circulaban entre los oficiales de la corte unas hojas con noticias denominadas “tipao”. Con nuestro proverbial eurocentrismo, a menudo olvidamos que en oriente se nos habían adelantado en multitud de inventos.

Pero voy a terminar centrándome en la manifestación periodística más sorprendente de la antigüedad: el “Acta Diurna”.

Roma era una ciudad inmensa, el centro de un vasto imperio. Contaba con un millón de habitantes, y con multitud de espacios públicos, dedicados al entretenimiento, a los negocios o a asuntos de índole religiosa, política o judicial. En la Columna Maenia, erigida el 338 a.C. por la victoria en la batalla naval de Ancio, se incluían los nombres de los morosos por sus acreedores, para que fuera del dominio público. También había un lugar en el que recabar información sobre personas desaparecidas. Era normal que los informantes o los abogados anunciaran sus servicios con pintadas en las paredes de los edificios públicos. No era una práctica ilegal, aunque podía suponer la reprimenda de un vigil.
Reconstrucción de columnas Honorarias de Diocleciano en
http://dlib.etc.ucla.edu/projects/Forum/reconstructions

El pueblo quería estar informado. Por ello el Gran Pontífice (magistrado sacerdotal de antigua Roma) escribía comentarios periodísticos de los hechos mas sobresalientes ocurridos en tal ciudad. También el Senado escribía un acta sobre sus deliberaciones. Pero la mayor fuente de noticias provenía del “Acta Diurna”

El Acta Diurna era una herramienta editorial de enorme importancia al servicio de los emperadores. Julio César entendió perfectamente el significado de la propaganda, y en el año de su consulado (59 a. C.) convirtió el Acta en un acontecimiento periódico, que interesaba al pueblo y era muy comentado.

El Acta Diurna era una lista de acciones de gobierno, deliberaciones del Senado, casamientos, juicios o sentencias, nacimientos e, incluso, anuncios publicitarios. Se redactaban en piezas de piedra o metal para evitar su falsificación, y llevaban tallado el sello oficial del gobierno. Se colocaban en las plazas y lugares públicos más concurridos de Roma, fundamentalmente el Foro, y los ciudadanos se aprestaban a leer las últimas noticias, ávidos de rumores. Para una familia noble, que su nombre apareciera relacionado con un escándalo en el Acta podía significar una auténtica tragedia.

En distintos foros se comenta que estaban vigiladas por legionarios. En realidad, según mi opinión, de esa tarea se encargarían los vigiles o, en todo caso, la guardia pretoriana. En todo caso, era tal su importancia que se realizaban múltiples copias en papiro para repartirlas por todas las provincias del imperio. Estas copias son el único vestigio que conservamos.

¿Y más atrás en el tiempo? Flavio Josefo nos habla de escribientes profesionales en la antigua Babilonia que trascribían diariamente los asuntos más importantes acaecidos; y se cita de nuevo a China, ya que en el año 594 a.C. al parecer imprimían sobre delgadísimo papel de paja de arroz una hoja titulada “Ching Pue” en la que se ofrecían noticias e informaciones periodísticas.

¿Y más atrás?


Antonio Carrillo Tundidor

domingo, 21 de septiembre de 2014

Primera Guerra Mundial: alemanes en Marruecos



Cuando se habla de la I Guerra Mundial, el foco de atención se centra, no sin razón, en los Balcanes. Sin embargo, voy a hablar de dos incidentes gravísimos que ocurrieron en África.
Esta historia comienza el 27 de enero de 1859, con una mujer muy joven, de apenas 18 años, que está de parto. No es una mujer cualquiera; es hija de la reina Victoria de Inglaterra, y está dando a luz a Guillermo II, futuro Káiser de Alemania.
El parto es muy problemático, y se alarga demasiadas horas. La vida de la madre y de la criatura corre peligro, y posiblemente el niño sufriera de falta de riego en el cerebro. Ello explicaría lo extraño de su carácter, con ataques de furia y episodios depresivos.
Un dato: horas después del parto los médicos descubren que el brazo izquierdo del recién nacido está desencajado. La extremidad nunca creció bien, algo que hizo de Guillermo un tullido. Durante toda su vida diseñó los uniformes militares para disimular tal defecto, y nunca fue un buen jinete.
El niño se hace hombre, se exacerban los comportamientos erráticos y una evidente falla en el equilibrio emocional. Guillermo era inteligente, pero obtuso en todo lo que tuviese que ver con las habilidades sociales y empáticas. Tenía la inteligencia emocional de un geranio, pero gobernaba como monarca absolutista la potencia más poderosa de su época.
Es una combinación temible y fatal. Guillermo nombraba y cesaba gobiernos, opinaba sobre prácticamente cualquier cosa y parloteaba. Hablaba mucho. En apenas una década, al inicio de su reinado, hay constancia de más de 800 discursos. Es muy difícil hablar tanto y no decir alguna (bastantes) tonterías.
Y más importante: alguien que dedica tanto tiempo a escucharse a sí mismo demuestra muy poco interés por lo que piensan los demás. Guillermo odiaba que le llevaran la contraria, un defecto recurrente en las clases gobernantes.

 
Su sentido del humor era chabacano y su lenguaje, a menudo, tabernario. Mientras sus ministros hacían ímprobos esfuerzos por ganar aliados en la inminente guerra europea, los improperios o meteduras de pata de Guillermo causaban auténticos escándalos. En una ocasión, el rey de Bulgaria abandonó Alemania absolutamente airado porque Guillermo había osado palmearle el trasero en público.
 
No era un dechado de sutileza el Káiser alemán. Y en el Ministerio de Asuntos Exteriores esperaban horrorizados las noticias sobre entrevistas o peroratas de un monarca que definió a su cuerpo diplomático como una caterva de “cerdos mentirosos”.
Se comportó como un niño chico y caprichoso. Le encantaban los desfiles, y cambio casi 30 veces el uniforme de los militares, imponiendo su dudoso y recargado gusto. También diseñó edificios, adoctrinó sobre artes, cuestiones técnicas o religiosas. Nada escapaba a su fugaz curiosidad; emprendió campañas arqueológicas, impuso sus criterios en cuestiones de urbanismo y viajó siempre que podía. Quiso emular el poderío marítimo de su familia británica y se entusiasmó personalmente en una carrera armamentística naval que desestabilizó fatalmente el equilibrio de fuerzas en Europa.
Creó una corriente artística que se conoce como "Guillerminismo" o "periodo Guillermino", símbolo de la ostentación y del mal gusto.

 
Y fue Guillermo el que causó la primera de las grandes crisis que acabarían en el gran conflicto.
El escenario: Marruecos.
Estamos en el mes de marzo del año 1905. Guillermo disfruta, como solía, de un apacible crucero a bordo de su gran buque, el Hamburg. Había planeado hacer una escala en la ciudad marroquí de Tánger, para que sus invitados disfrutaran de las peculiaridades de una población con atmósfera musulmana, tema en el que se consideraba un experto. Pero había razones de peso para replantearse esa visita: Francia, que tenía fuertes intereses en Marruecos, podía considerar tal gesto como una injerencia en su colonia. Además, soplaba un fuerte y frío viento de poniente que dificultaba el desembarco. El Hamburg era demasiado grande para poder atracar en el puerto, y la llegada a tierra debía realizarse en bote.
Guillermo decide entonces que no desembarca; pero el propio gobierno alemán estaba interesado en agitar las aguas con Francia, arriesgarse con un pequeño gesto que demostrara la iniciativa de la nueva potencia centroeuropea. Guillermo recibe sutiles presiones de su gobierno, pero duda; no está nada convencido. El viento amaina un tanto, y el representante de Alemania en Tánger sube a bordo para demostrar que no hay peligro. El monarca, sin embargo, no acaba de fiarse y envía al jefe de su escolta a cerciorarse de que no corría riesgo alguno.
Finalmente se decide a poner pie en tierra, en donde le reciben las autoridades locales y un pueblo alborozado por lo que constituía una experiencia inusual que nadie quería perderse, la llegada de un monarca europeo.

 
Al Káiser le ofrecen un espléndido ejemplar de pura raza árabe para montar durante el desfile. Era un caballo temperamental, que se inquietó al ver aparecer la imagen de tan raro jinete, vestido de múltiples colores, cargado de medallas y con un casco de metal bruñido que relucía bajo el sol. Costó bastante que el Káiser y toda su impedimenta de gala pudieran siquiera subir a la cabalgadura.
En varias ocasiones durante el trayecto estuvo a punto de acabar en el suelo. En nada ayudó el entusiasmo de la gente, los gritos de las mujeres y la inveterada costumbre de los hombres de disparar al aire sus armas para demostrar su júbilo. Ambos, jinete y montura, agradecieron de corazón la llegada a la delegación alemana.
Muy pronto Guillermo mostró sus grandes dotes de fino estadista. Enfebrecido por la excitación del momento, y desoyendo las llamadas a la prudencia de su primer ministro, se dirigió al representante del sultán marroquí para manifestar su más firme apoyo a Marruecos como Estado independiente, algo que no estaba previsto. Por si esto no fuera suficiente, hizo algo que le habían pedido expresamente que no hiciera: habló con el representante de Francia en Tánger, y le espetó que, en efecto, Marruecos era un país independiente y Francia debía respetar los intereses alemanes en la región. Según escribió el propio Guillermo, “cuando el ministro intentó discutir conmigo yo le dije ´buenos días´ y lo dejé plantado.”
Inmediatamente después agravió a sus anfitriones abandonando la ciudad sin asistir al banquete que le habían preparado. Eso sí, en el viaje de vuelta tuvo tiempo para hacer recomendaciones al tío del sultán sobre religión islámica y la mejor manera de acomodar el gobierno a lo prescrito por el Corán. 
Como resultado de esta corta visita, Europa estuvo en un tris de iniciar una guerra. Guillermo (y el gobierno alemán) provocaron con su gesto que prensa y opinión pública de todo el continente se manifestara con furor sobre la provocación alemana. El asunto alcanzó tal gravedad que finalmente se convocó una conferencia internacional en Algeciras para tratar el asunto, la primera del siglo XX, en donde Francia salió reforzada. Los lazos que unían a Francia con Inglaterra se fortalecieron frente a una Alemania que parecía mostrarse agresiva. El ministro británico sir Edward Grey, que acababa de perder a su esposa en un absurdo accidente al caer de una carretilla tirada por ponis, escribió pesimista sobre una inminente guerra entre Francia y Alemania. En unas pocas horas, Guillermo había causado un estado prebélico en Europa que, finalmente, acabaría estallando en 1914.
Alemania no había conseguido nada de Algeciras, apenas la percepción de que se quedaba cada vez más sola, rodeada de enemigos: Francia, Rusia e Inglaterra. Sólo el (decadente) imperio Austrohúngaro se mantuvo como aliado fiel. Unos meses más tarde Guillermo le escribía una carta airada a su primer ministro por haberle obligado a desembarcar en Tánger.
Por cierto, en la carta citaba expresamente al puñetero caballo árabe y la tortura por la que tuvo que pasar.

Hubo una segunda crisis alemana en Marruecos, en el verano de 1911. En esta ocasión el desafortunado ministro Grey tenía que lidiar de nuevo con una noticia terrible: a su hermano George lo había matado un león en África.

Era un mal presagio.
 
En julio una pequeña lancha bombardera alemana, de nombre Panther, atracó junto al puerto de la ciudad marroquí de Agadir, situada 600 kilómetros al sur de Rabat. Poco después se le unió el crucero Berlin.
Alemania justificó esta presencia militar como una medida de protección de los ciudadanos alemanes en Agadir. Así lo expuso el canciller Bethmann ante el parlamento alemán, en una sesión memorable: los diputados se echaron a reír ante lo absurdo de la explicación.
Porque, de hecho, no había alemanes en Agadir; ni en kilómetros a la redonda. El gobierno encontró finalmente a un único ciudadano alemán, 100 kilómetros al norte; un representante del banco Warburg. Se le conmino por telegrama a que se dirigiera a toda prisa hacia Agadir, un trayecto difícil que le supuso soportar tres días de penalidades.
Cuando el pobre hombre llegó en un estado lastimoso a Agadir, el día 4, se puso a agitar los brazos frenéticamente desde el puerto. Sin embargo, las tripulaciones del Panther y del Berlín no se percataron de la presencia del alemán que habían acudido a salvar, y que les gritaba desde la orilla. Simplemente, no esperaban que hubiera nadie. Tuvieron que transcurrir otras 24 horas para que el patético expedicionario fuese detectado y rescatado del supuesto peligro.
Una historia rocambolesca.
Las consecuencias fueron funestas para la paz en Europa. Los bloques de aliados consolidaron sus compromisos y se aceleraron los planes de rearme por toda Europa. Alemania firmó un patético tratado en noviembre con Francia, en el cual apenas preservaban sus (inexistentes) intereses económicos en la zona. Era una nueva derrota para el país teutón, una humillación debida a una política exterior errática e irresponsable. El ejército germano se conjuró en los cuarteles para que no hubiese un tercer incidente marroquí. No más faroles.
La próxima crisis supondría la guerra.
La guerra es un estado de ánimo. Los militares alemanes estaban cansados de la patética diplomacia que les obligaba a retirarse a cambio de nada. Y en la prensa francesa se definía al Káiser, su comandante en jefe, como un tímido y un cobarde.

 
La guerra es un estado de ánimo, insisto en ello, y las crisis en Marruecos y los Balcanes habían llenado titulares y tertulias de oscuros presagios. Todo el mundo pensaba que sería una guerra corta pero, sin duda, inevitable. El movimiento de figuras sobre el tablero de Europa y del mundo había tensado la situación hasta un punto ya insostenible. Había potencias emergentes (Alemania y los EEUU) y en declive (El imperio Otomano y el Austrohúngaro) que provocaban desequilibrios.
Nadie supo – o quiso – ver la realidad de lo que se avecinaba: el horror más absoluto y la pérdida de la inocencia. Cuando el conflicto estalló nadie estaba preparado para el espanto.
Y el mundo, la civilización entera, cambió irremisiblemente.

Antonio Carrillo

(Por cierto, en 1918, con la guerra perdida, altos mandos del ejército alemán diseñaron un último acto dramático para la guerra. El Káiser, acompañado de sus generales, galoparía espada al viento enfrentándose en una acometida suicida contra las posiciones aliadas.  Sería un final que acabaría en la memoria del pueblo por siempre jamás. A Guillermo, sin embargo, no le entusiasmó la idea, y prefirió escapar en un tren rumbo a Holanda, un país neutral en el que murió muchos años más tarde).

martes, 16 de septiembre de 2014

El viaje más lejano


Dedicado a José y a Luz

 
Vengo de muy lejos.

Vuelvo ya y retorno cambiado. Hay viajes que te surcan el alma, que dejan una impronta ineludible en lo que quieres (o pretendes) ser.

 
Regreso a Madrid, cierto; pero he dejado una traza diminuta de mi esencia en una brizna de niebla, en el rocío depositado sobre el musgo que engalana un roble centenario, en la piedra herida por el humano en la oscuridad de una mina de hierro. Hay una justa correspondencia, casi indetectable, en estos peregrinajes a menudo inesperados. A tu regreso algo de ti queda atrás, un tributo a tanta integridad que tiene el tenue aroma del compromiso: me he ido pero volveré.
Algún día.

 
He estado en un lugar poco transitado, en parajes que han escapado casi indemnes del desbrozo industrial. En la Europa occidental tales reductos, insólitos por escasos, resguardan la esencia mineral, faunística o vegetal de un continente que fue diverso y rico. Son tesoros extraños, porque tampoco se protegen como santuarios intocables, reservas naturales preservadas tras altas vallas y graves sanciones, parada y fonda de turistas que bajan de un autobús por millares y se agolpan para hacer una fotografía. De lo que hablo es de lugares en los que el humano vive en armonía con su entorno, pescando de sus ríos, recolectando frutos de la huerta, e incluso silvestres, o excavando la roca buscando el metal preciado. Sus hogares están hechos de la roca metamórfica de la zona, de la madera de los árboles, y se mimetizan en un único paisaje. Como en tantos otros sitios, la humanidad ha sabido aprovechar la corriente del agua para moler el cereal, ha creado herramientas a golpes de martillo sobre un yunque, en el calor de la fragua, o ha moldeado la madera sobre un torno. Lo ha hecho durante siglos, y en esta zona la tierra todavía guarda memoria de a qué sabe el sudor humano.

 
Es un lugar aislado, pues, situado en el extremo occidental de Asturias, tierra adentro. La comarca de Oscos y del río Eo, que tal es su nombre, es extensa y despoblada si no es de nutrias, lobos, truchas, salmones, corzos e incluso osos. Montes y valles se encuentran salpicados de pequeñas pedanías, muchas ya despobladas, la mayoría moribundas de la presencia humana. Los jóvenes abandonan estas tierras agrestes y emigran a capitales y ciudades. Sólo un incipiente turismo rural aporta un ápice de esperanza.


 
Mientras, robles, tejos o castaños, que nada saben de economías y cuyo tiempo parece infinito por longevo, se muestran orgullosos en extensos bosques autóctonos ajenos a la repoblación por pinos o eucaliptos. Hay ejemplares inmensos, todos distintos en el capricho de su forma, venerables y pacientes. Las infinitas corrientes de agua limpia se jalonan por remansos y cascadas, generando un rumor ancestral. El sol que se tamiza entre las copas muestra un suelo alfombrado de musgo, hojas y helechos.

 
En las alturas de sus cordilleras se asoma el Mar Cantábrico, regalando unas vistas sorprendentes de la costa gallega y asturiana. Es una mar que ha cincelado la pizarra, creando algunas de las playas más bellas del mundo. La playa de las Catedrales, con sus inmensas estructuras de piedra, tiene una mención especial de Naciones Unidas como una de las diez playas más hermosas del planeta. Mar adentro, el Cantábrico se hunde súbitamente a profundidades abisales. Es hogar del calamar gigante. Y en lo profundo, algo curioso: en ningún lugar del planeta la corteza terrestre es tan fina. Unos pocos kilómetros separan el fondo oceánico del manto candente de magma.


 
Pero estoy tierra adentro, a unos 30 kilómetros de la ría del Eo. En un pueblo llamado Villanueva de Oscos. Me alojo en el Hotel Oscos por un precio irrisorio. La fonda incluye un desayuno peculiar: los dueños traen panes hechos artesanalmente y fritos con mantequilla casera, bollería propia y zumos variados, en ocasiones de frutos silvestres. La verdura y fruta proviene del propio huerto, y los huevos son de un color amarillo intenso; las gallinas se crían al aire libre.


Enfrente del hotel hay un monasterio barroco, antaño el centro económico y administrativo de toda la comarca. Hoy, con toda un ala en ruinas, pasear por sus estancias desvencijadas es una experiencia fascinante. En pocos sitios se permite la entrada libre a un espacio tan peculiar.

Pero lo que me sobrecoge es la iglesia. En el hotel me dan una inmensa llave de hierro forjado, que abre la puerta a un templo románico del siglo XII.

Uno se adentra en una iglesia construida el año 1182, declarada Bien Histórico Cultural el 3 de octubre de 1991 y, por tanto, parte del Patrimonio Histórico de España. Y uno está solo, aislado de repente.

 
Es una experiencia difícil de explicar. A la derecha, nada más entrar, se puede accionar un fusible que ilumina la iglesia. Pero lo mejor es preservarla en la penumbra propia del románico, recogido y sereno. Son tres plantas sencillas, con un artesonado de madera del siglo XVII. Los ábsides de medio cañón, inusuales en una iglesia benedictina, son magníficos. Los retablos de madera policromada, hermosos en su sencillez.

Hace casi mil años que el ingenio humano creó un espacio tan ajeno al paso de los siglos. Tengo la llave, y todo el tiempo que quiera para disfrutar de su serenidad. Nadie me interrumpe mientras observo el maravilloso sepulcro románico que hay junto al altar mayor. Durante los días que estuve en la zona, busqué el refugio de esta iglesia en más de una ocasión. La posibilidad de entrar con entera libertad me turbaba. Al poco ya no estaba de visita; me fui acomodando a sus sombras, espacios y secretos.


Me siento profundamente emocionado por el privilegio que supone dejar pasar el tiempo en un lugar así, ajeno al bullicio del mundo, a la urgencia de lo contemporáneo.


Hablé con el alcalde, José González Braña, del que me considero amigo. Han bastado unos pocos días para que su bonhomía, y la de su esposa Luz, me hicieran sentir como en casa. Le comenté, tomando unos vinos, la posibilidad de organizar un encuentro sociocultural formado por miembros del grupo de LinkedIn “Humanismo del siglo XXI”. La acústica de la iglesia es increíble para un concierto de música medieval y renacentista. Pensaba en mi amigo Juan, ofreciendo una charla sobre afinaciones en esos tempranos años. También pensaba en organizar coloquios sobre teología en los que pudiesen intervenir personalidades de la talla de Alfredo Fierro. Hablaríamos de antropología, con profesionales y amigos como Saúl Neme o Karin Monteiro-Zwahlen, de filología con Carmen Segovia ¿podríamos convencer a José Vázquez para que ofreciera un concierto de viola de gamba?, de sociología con Mª Jesús Rosado… tantas mentes brillantes. Podríamos preparar una exposición con facsímiles medievales. Podríamos…

 
Y, a todo esto, músicos, investigadores y amigos alojados en casas del siglo XVIII, viendo nutrias en el río desde su ventana. Junto a un molino en el que todavía se hace pan.


Gentes de muchas partes del mundo acudiendo a la llamada de la cultura, acogidos en estos parajes en los que, de seguro, gobiernan los daimones. Saliendo del pueblo en dirección norte, a unos escasos metros, se puede bajar por una senda que pasa desapercibida. De repente, el bosque te rodea con toda su fuerza; esta foto está tomada allí.

 

Hay un rumor de agua. En unos minutos aparece esta imagen.
 

No fue sólo la iglesia. Fueron los árboles los que me acogieron. Fue ver un lobo apenas a 30 metros, o dejar el paso a las familias de faisanes. Fue subir a lo alto de la montaña, atravesando un mar de niebla, y poder tomar esta imagen desde lo alto.

 
Nunca he visto una niebla igual.


Fue visitar unos de los museos etnológicos más completos de España en Grandas de Salime. Fue visitar un pueblo medieval, el de San Emiliano, en el que los vecinos hacen del pasado su presente cotidiano. Todas las casas tienen un hórreo. Fue la cascada Seimeira, tras una hora y media de camino en un bosque difícil de olvidar. Fue visitar el mayor museo de molinos de España en Mazonovo, con ejemplos de todas las épocas y lugares. Mientras el occidente egipcio molía el cereal arrastrando roca sobre roca, la China de hace 5.000 años inventó un sistema de palanca.

Y más. Fue encontrar pictogramas neolíticos en la roca, junto a la carretera; ver en Taramundi cómo se fabrica una navaja, observar en os Teixois toda una industria pañera o metalúrgica utilizando la fuerza del agua.





Y fue la tierra. José me indicó cómo llegar a la mina. Apenas diez minutos en coche, y luego un sendero de tierra.
Lo que ven es la entrada a una mina de hierro y zinc. Se abandonó en 1960.
 
 
Entrar en una mina, hacerlo solo, es un viaje hacia uno mismo. La oscuridad, apenas tamizada por la linterna, lejos de asustar acoge, como si de una entraña se tratara. En la pequeña mina llamada “Peña Tascón”, como antes en la iglesia, me sentí resguardado y en paz. No hay señales wifi ni satélites en esta herida que el hombre ha provocado en la roca. No hay ruido alguno. En las paredes, veteado el mineral de hierro con plomo. Y, a lo lejos, un resplandor al que cuesta volver.
Pero he vuelto. Querían que me quedara una noche más. Estuve hasta las siete de la tarde participando de una fiesta en la que los lugareños hicieron pan a la antigua usanza. Me senté a la mesa de mis nuevos amigos, comí y bebí con ellos. Me senté a la orilla del río. Me marché.

 
Dos días después recibí una llamada en el móvil. Era José. Quería saber si había llegado bien.
Vengo de muy lejos, y no he vuelto del todo. Perdonen la tardanza. He querido recluirme en un lugar donde se calla hasta de sí mismo. Hay lugares ocultos a lo inmediato.


Los he encontrado en Oscos.

Antonio Carrillo