viernes, 5 de junio de 2015

Leer




Leer es viajar ligeros de equipaje.

Un libro es la expectativa de un algo que ya sabíamos, o creíamos saber. Puede elevarnos hacia lugares insospechados, nichos nubosos en donde nos encontramos con nuestro volandero soplo vital, que descuidamos por mor de las urgencias cotidianas.

En ocasiones, por lo contrario, nos arroja hacia nosotros mismos; una frase, una oración breve nos agita y obliga a detener la lectura. Porque lo que hemos leído ha socavado las defensas de nuestro consciente, siempre cobarde y nos ha desnudado por un instante.

En los adentros todos guardamos secretos que una lectura silenciosa puede desvelar.

Por ello la lectura es un ejercicio de valor y de riesgo. Porque en raras ocasiones nos obliga a mirar hacia el oscuro interior.

Hoy, esta misma mañana, he comenzado un nuevo libro. No es una gran noticia, lo entiendo; pero quería compartirlo.

Es de una editorial que me gusta bastante: Acantilado. Y está escrito por John Eliot Gardiner, uno de los mayores expertos en música barroca; músico y director de orquesta excelso. La (magnífica) traducción es de Luis Gago

El título: “La música en el castillo del cielo. Un retrato de Johann Sebastian Bach”.  

Apenas media hora de lectura, acaso menos. Sólo he leído el prólogo. Pero han bastado estas 23 páginas para que detuviese la lectura y me sintiese compelido a escribir estas palabras.

El prólogo acaba con estas líneas:

“Imagínese, en cambio, lo que se siente al estar en el mar, sólo con la cabeza fuera, esperando a bucear. Lo que se ve son los contados rasgos físicos visibles al ojo desnudo: la orilla, el horizonte, la superficie del agua, puede que una o dos barcas, y quizá el perfil blanquecino de un pez o un coral justo debajo, pero no mucho más. Entonces te pones tus gafas y te sumerges en el agua. Entras de inmediato en un mundo diferente, mágico, rebosante de matices y colores vibrantes, el sutil movimiento de bancos de peces pasando de largo, el balanceo de las anémonas de mar y los corales: una realidad vívida pero enteramente diferente. Para mí esto se asemeja a la experiencia y la conmoción de interpretar la música de Bach: el modo en que te saca a la luz su brillante espectro de colores, sus marcados perfiles, su profundidad armónica y la fluidez esencial de su movimiento y su ritmo subyacente. Sobre el agua está el insulso ruido cotidiano; bajo la superficie se halla el mundo mágico de los sonidos musicales de Bach. Pero aun después de que la interpretación haya terminado y la música haya vuelto a fundirse con el silencio del cual surgió, aún nos queda el impacto de la experiencia, que nos transporta y que persiste en la memoria. También es fuerte la sensación de que se levanta un espejo ante el hombre que creó esa música: un espejo que refleja vívidamente su compleja y áspera personalidad, su afán de comunicar y compartir su visión del mundo con sus oyentes, y su capacidad única para incorporar una invención, inteligencia, ingenio y humanidad inagotables al proceso de composición.

Bach el hombre era, rotundamente, cualquier cosa menos un muermo.”

 

Tengo el impulso de escuchar a Bach. Su Pasión según San Mateo, en la versión de Klemperer. No he podido evitar leer las primeras líneas del capítulo primero. Resulta que el retrato más famoso que se conserva de Bach, por casualidades del destino, estuvo colgado en la casa en la que nació Gardiner.

 


“Yo crecí bajo la mirada del cantor. Mis padres habían recibido el famoso retrato de Bach pintado por Haussmann para que lo guardaran en lugar seguro mientras durase la guerra y ocupó un lugar de honor en el rellano del primer piso del viejo molino de Dorset en que nací. Todas las noches, cuando me iba a la cama, intentaba evitar su mirada intimidante.”

 
Debo dejar de leer, o no podré parar. Tengo un presupuesto pendiente, y revisar una traducción. Pero el libro, con su elegante portada, con su empaque de casi 1.000 páginas, me espera. Como me esperaron muchos antes.

Como me esperarán muchos en el futuro.

Espero tener una muerte digna. Terminar mis días sin dolor, con la conciencia tranquila de no haber hecho mal a nadie, con mis seres queridos cerca y, espero, con un libro en la cabecera de mi cama, con una mente lúcida que me permita leer hasta el final.

¿Es mucho pedir? Posiblemente. Pero no puedo evitar ser quien soy: hijo de la palabra escrita y leída en silencio. Amante incondicional del aliento de la música.

No mucho más que eso.
 

Antonio Carrillo

1 comentario:

  1. Buenas tardes, Antonio. Hace apenas unos días he finalizado la lectura de este mismo libro (en inglés) y por los misterios del azar he acabado en tu página. Al leer las impresiones que plasmas al iniciar la lectura he notado como vibran en mí emociones paralelas, pero si cabe más enriquecidas por mil páginas de algo más que tinta y papel. Emociones enarmónicas entre dos desconocidos que vibran al son la música sublime de Bach... un saludo y gracias por ese tributo. Daniel.

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